ADIOS
2012
De pequeño pasaba las vacaciones en el pueblo de mis abuelos, un pueblo de secano de la Castilla profunda. Mis abuelos eran pobres, pero yo no lo sabía porque para mí todo era magnífico. La iglesia, el río cuyo nombre “Sequillo” hablaba por sí solo, los trigales por los que me perdía con la bici y el pilón donde mi abuela me mandaba a coger agua para la casa. Y aquellas siestas eternas por mandato de mi abuela mientras un rebaño de ovejas rompía el silencio de aquellos momentos en que parecía que el mundo se había detenido.
De pequeño pasaba las vacaciones en el pueblo de mis abuelos, un pueblo de secano de la Castilla profunda. Mis abuelos eran pobres, pero yo no lo sabía porque para mí todo era magnífico. La iglesia, el río cuyo nombre “Sequillo” hablaba por sí solo, los trigales por los que me perdía con la bici y el pilón donde mi abuela me mandaba a coger agua para la casa. Y aquellas siestas eternas por mandato de mi abuela mientras un rebaño de ovejas rompía el silencio de aquellos momentos en que parecía que el mundo se había detenido.
Un
domingo iba a misa con mi abuelo, un hombre de sabia paciencia
curtido en mil soles implacables, cuando un lugareño
quiso bromear conmigo y me ofreció dinero si
me atrevía a romper
el juguete que llevaba en la mano.
Mi
abuelo me animaba a que lo hiciera, ya que según decía, el dinero
que me ofrecía
aquel
hombre insensible
de boina calada hasta bien avanzada la frente,
valía mucho más que
lo que costaba
mi juguete. Varias veces me retó a ello mientras mi abuelo insistía
en que lo hiciera.
Tanta
fue la presión que rompí a llorar y salí corriendo con mi juguete
en la mano. Yo
no entendía el valor del dinero, pero sí sabía lo valioso que era
mi juguete.
Este
año hemos visto la cara más miserable y hostil del dinero
y del poder,
de
quienes tienen el dinero y de quienes tienen el poder.
Y
hemos visto también el resultado de las ayudas de nuestros amigos
europeos, que nos han estado dando dinero a cambio de que arranquemos
nuestros
olivos
y nuestros
viñedos,
a cambio de que matemos nuestras vacas lecheras y de
que
cerremos nuestras minas centenarias.
Y
ahora no tenemos ni minas, ni vacas, ni viñedos ni olivos, pero sí
una importante deuda, que nos ayudarán a pagarles con préstamos que
ellos mismos nos den a cambio de que renunciemos, no ya a nuestro
presente, que ya
es suyo, sino a nuestro futuro y al de nuestros descendientes.
Pero
como decía la canción de Paco Ibáñez, “la hora no es de lágrima
y pañuelo...”
El
cambio de año es un buen momento para hacer limpieza y dar todo por
pasado. Es un buen momento para borrar los contactos de la agenda del
teléfono y empezar a llenarla de nuevo a medida que la gente se vaya
acordando de nosotros.
Es momento de revisar las viejas amistades, los antiguos amores, los caducos principios, los trasnochados valores.
Es momento de revisar las viejas amistades, los antiguos amores, los caducos principios, los trasnochados valores.
Así
pues,
fue un placer conocerte, 2012, pero no pienso
entretenerme en inútiles análisis. Un
nuevo año comienza y hay mucho futuro por hacer.
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Las tormentas hacen que los árboles tengan raíces más profundas.
Las tormentas hacen que los árboles tengan raíces más profundas.