Cálida Noche

Cálida Noche

 
Ya la noche está, una noche inusualmente cálida de inmaculada Luna llena, aunque en las montañas todavía queda nieve, que la primavera está recién llegada. La majestuosa Catedral permanece en silencio, que no son horas de romper la magia del momento con sus latidos de bronce, mientras que el Alcázar, guerrero y altivo, vigila desde su posición privilegiada la ciudad empedrada de historia milenaria, y cuida también de su amada, el imponente Acueducto de piedras suavizadas por siglos de vientos. Mientras tanto, la Luna atraviesa los arcos del Acueducto con verbo apasionado, después de recorrer con su reguero de luz las calles que conducen hasta él, rivalizando en su cortejo con el ahora malhumorado Alcázar. ¡Cómo se atreve la Luna a atravesar con su cálida luz todos y cada uno de los arcos de su amada!

Y entonces aparece ella, como una columna dórica de líneas austeras y belleza contenida, que la elegancia no necesita de adornos barrocos. Quiere pasar desapercibida, pero no puede… como no puede hacerlo la Catedral, ni el Alcázar, ni el Acueducto, ni la Luna. No puede pasar desapercibida aunque salga furtiva en la noche para acariciar con delicadeza las piedras entre los arcos que la esperan en medio de la plaza… y entonces introduce sus dedos entre las piedras desgastadas... no le importa arañar sus uñas de rojo pasión para fundirse en una íntima caricia.
“En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, que se me abrieron de pronto como ramos de jacintos”.
La Catedral permanece muda de asombro contemplando respetuosa ese íntimo momento, la Luna se siente eclipsada porque ella brilla más que ninguna otra estrella, y el Alcázar ya no cabe en sí de furia resignada.

Ya la semana ha tocado a su fin, ha cenado sola, con una copa de vino y música de fondo que le trae recuerdos de momentos que nunca vivió. Ha descorrido las cortinas y se ha animado a salir, enamorada de la noche, ahora que la plaza está desierta y las farolas se acaban de encender. Se ha puesto guapa, que no le hacía falta, con esa falda de tubo que marca su silueta esbelta, se ha repasado los labios y ha salido a la plaza a respirar inspiración y a enamorarse de la belleza, a enamorarse del amor, ese amor esquivo que no termina de encontrar.

Alguien observa la escena desde la ventana tras las cortinas, y la ve allí, sobria, elegante, bella, un punto triste, acariciando las intimidades de su Acueducto querido, que cada noche la espera en la plaza a la luz de la Luna para unirse en una íntima comunión espiritual. ¡Qué estará pensando! Qué sentimientos estarán estremeciendo su piel en esos momentos, allí, en mitad de la noche, en mitad de la plaza, elegante, apasionada, bella como ninguna…
¡Quién pudiera coger su mano, mirarla a los ojos y obtener de ella una sonrisa! ¡Quién pudiera terminar con ella esa copa de vino que momentos antes había dejado a medias… con una ligera huella de carmín en su borde! ¡Quién pudiera ser esa copa de vino!

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Mi piel te reconoce cuando oye tu voz y reacciona estremeciéndose sin que pueda hacer nada por evitarlo.