Divino Tesoro

Divino Tesoro

"Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…".

Así decía Rubén Darío en su "Canción de otoño en primavera". Pero a mí me ha costado muchos años dejar de ser joven, muchos años de experiencia y aprendizaje que no quisiera arrojar por la borda. No quisiera desaprender lo aprendido, desvivir lo vivido, desdisfrutar lo disfrutado ni desamar lo amado. Aprendí de mis errores, así que voy a cometer más para seguir aprendiendo. Vale más arrepentirse de lo que has hecho que de lo que no has hecho.

No quisiera volver a los años de estulta altivez en los que creías saberlo todo, sin haber apenas asomado a la vida. No. El tesoro no es ser bisoño, sino haber aprendido a separar el trigo de la paja y la paja del polvo. El tesoro es saber qué quieres y qué no quieres. El tesoro es haber llegado hasta aquí y sonreír viendo desde la atalaya de la vida todo el camino recorrido, superado, disfrutado y sufrido, que todo suma.

No quisiera volver a pasar por la niñez, ni la adolescencia, ni la juventud, luchando en guerras baldías, ajenas las más, adocenados, dirigidos por aviesos intereses haciéndonos creer que eran los nuestros. Queda mucho por recorrer, seguramente la mejor parte, sin prisa, disfrutando cada paso y extrayendo el meollo a la vida, que a nadie hay que dar cuentas ya, y al final del camino nos preguntaremos si hicimos todo lo que pudimos, o nos quedamos arrellanados en el sofá para no molestar.

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De la vida exprimo el jugo y desecho lo demás.


El Satélite De Mi Vecina

El Satélite De Mi Vecina

Tenía una vecina que trabajaba en Hacienda. Contaba cómo un día llamó a capítulo a un defraudador. El malhechor era un aldeano que cultivaba patatas, pero por lo visto no había declarado todas las patatas que había cosechado. Mi amiga no era policía ni un matón de callejón en plena extorsión, sino una buena persona que contaba su hazaña como si estuviera haciendo un servicio a la sociedad. ¡A Hacienda le vas a engañar! El delincuente le explicaba que ese año había tenido mala cosecha, pero mi amiga le enseñó fotos de satélite en las que se veía la verdadera extensión de su plantación, que por lo visto no coincidía con la versión del timador.

Mi amiga trabajaba por las mañanas en el centro de la ciudad, en una cómoda oficina con aire acondicionado y máquina de café.
El delincuente llevaba las botas gastadas, camisa de cuadros remangada y la frente profundamente arada por las inclemencias del tiempo.
El facineroso tenía un pequeño tractor, todavía sin pagar, la espalda rota, la cara quemada y muchas ganas de sentarse a descansar en el sofá.
Mi amiga tenía satélites y, llegado el caso, si el bandido no entraba en razón, contaba con gente armada y gente togada para hacerle pagar por su plantación.

Hacienda tiene satélites, te vigila con tu propio smartphone y no le importa si tienes el lomo roto, si la tierra es tuya o que las patatas las hayas plantado tú.
Un enorme despliegue de medios, una maquinaria infernal para someter al súbdito y subvencionar al señor.
Hacienda sabe sumar, restar, multiplicar y dividir. También sabe leer y escribir. Tiene toda la información y todos los medios materiales, humanos y legales.
Cuando te envía la declaración, el resultado te da a pagar, pero si llevas la misma información a cualquier gestoría de barrio, resulta que te da a devolver.

Si los científicos supieran para qué se usa su ciencia, tal vez la ocultarían al señor feudal, que con espada o con satélite, siempre se dedica a recaudar.
Quienes esto hacen son buenas personas que se limitan a hacer su trabajo, y eso les libera de toda responsabilidad.
...O tal vez no.

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La esclavitud era legal... Un juego de trileros para vender legalidad como si fuera justicia universal.