La Melena Del León

La Melena Del León
Cada mañana se atusa la melena para sacarle brillo y la sacude al viento para darle volumen y tener así un aspecto imponente. Cuando ruge lo hace con un sonido grave y potente, de manera que parezca un ser invencible y temible. Eso es todo lo que necesita para vivir como un rey, el rey de la selva.
Ser el macho de la manada es un chollo. La leona sale de caza, pare las crías, las alimenta, las protege y combate en las batallas contra los enemigos de la manada. Él rara vez tiene que participar en alguna contienda, ya que normalmente le basta con aparecer con su porte altivo y emitir un sonoro rugido, o bostezo, que no es fácil distinguirlos, y con eso ya tiene el trono ganado.
Tener ese porte le da derecho también a beneficiarse a la hembra que le plazca, que accederá gustosa hasta que aparezca otro león con la melena más lustrosa. Por eso es tan importante tener una buena melena y exhibirla con orgullo por las sabanas.

Recuerda aquel antiguo compañero de andanzas que descuidó su melena y tuvo que soportar los ataques de su hembra, que acabó marchándose con otro macho más altivo. De nada le sirvió ser el padre de sus crías o haberla protegido durante muchas estaciones. Cuando un león pierde la melena pierde también el derecho a copular y el derecho a tener una familia.

O aquel otro que perdió sus crías en un descuido, que aprovechó una hiena de repugnante aspecto. Las hienas suelen trabajar al descuido y se alimentan de las piezas cobradas por los leones, a quienes se atreven incluso a enfrentarse para arrebatarles sus presas. Cuando salió a buscar a sus crías se produjo una encarnizada batalla en la que la hiena perdió una de sus patas delanteras, pero encontró a sus crías en tan lamentable estado que ni siquiera le mereció la pena intentar recuperarlas.

Así que, aprendiendo en cabeza ajena, cada mañana sube a lo alto de la colina y pone su melena al viento, con rugido ensordecedor y mirada atenta, para anunciar que es el rey de la selva y que tiene derecho a todo aquello que le plazca. ¡Y pobre de quien se atreva a desafiarle!

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Guárdame de las aguas mansas, que de las bravas ya me guardo yo.