El Observador

El Observador
Tu corazón late día y noche de forma autónoma sin necesidad de tu participación consciente. Lo mismo sucede con el resto de tus órganos y demás mecanismos complejos que hacen posible la vida, como la digestión o el sistema inmunitario.
Tú no eres tu corazón: no dices “yo lato 70 veces por minuto”, sino “mi corazón late 70 veces por minuto”. Con ser imprescindible para tu vida, tu YO no es tu corazón.
 

Tu cerebro funciona también día y noche sin necesidad de tu participación consciente. Funciona continuamente y no puedes hacer nada por evitarlo; funciona quieras o no y no puedes desconectarlo ni siquiera para descansar un momento de su incesante parloteo, siempre malmetiendo, siempre diciéndote qué debes pensar o qué debes sentir. Cuando dices “yo pienso que...”, deberías decir “mi cerebro piensa que...”, porque en realidad no eres tú quien piensa, del mismo modo que no eres tú quien late.
Tenemos claro que nuestras piernas no son la esencia de nuestro YO, y sin embargo tendemos a pensar que sí somos nuestros pensamientos, nuestra mente, donde creemos que radica nuestra esencia.

En la película 2001 Odisea Espacial, la nave espacial Discovery estaba controlada por el superordenador HAL, que llegó a tomar el control total de la misión, tomando decisiones incluso contrarias a los criterios de los astronautas. Es decir, HAL, que en principio era un instrumento al servicio de los astronautas, adquirió entidad propia y llegó a controlar la propia nave y hasta el destino y la vida de los mismos astronautas.
Como curiosidad, el ordenador HAL 9000 era un ordenador IBM, pero quedaba muy feo que un ordenador de esa marca se volviera loco y se rebelara contra sus creadores, por los que se eligió el nombre de HAL, que es el resultado de utilizar las letras inmediatamente anteriores a IBM.

Sucede lo mismo con nuestro cerebro. No para de hablar y de hacer ruido ni de día ni de noche, se entromete en nuestra vida, controla nuestro humor, define nuestras fobias, opina sobre todos los aspectos de nuestra vida... y no nos deja pensar.
Su éxito más excelso, su victoria, se produce cuando nosotros mismos llegamos a pensar que nuestra mente no es un instrumento a nuestro servicio, sino que nuestra mente somos nosotros mismos, somos YO.
Nuestra mente piensa lo que le dice la tele, lo que le dicen los periódicos, los partidos políticos, las religiones, nuestra empresa, nuestros amigos, nuestro entorno social... nuestro cerebro es fácil de controlar por los demás, por quienes saben hacerlo.
La identificación con la mente crea un falso YO. Mientras sigamos pensando que nuestra mente es nuestro YO, no vamos a tratar de controlarla porque nadie quiere atentar contra lo que cree que es su propia identidad. Entonces, como sucede con HAL, el resultado es que ella nos controla a nosotros.

Pero nuestro YO está por encima de nuestra mente, del mismo modo que está por encima de nuestras piernas, o incluso por encima de nuestro corazón, por imprescindible que sea para nuestra propia supervivencia.
Tenemos que contemplar nuestro cuerpo, nuestros sentimientos y nuesta mente desde un ente superior, desde nuesto YO, como un observador que supervisa el correcto funcionamiento de todos nuestros instrumentos.
Hay que liberarse por lo tanto de la identificación que solemos hacer de nosotros mismos con nuestra mente, porque nuestros pensamientos los modula y los programa nuestro entorno. Tenemos que aprender a trascender a nuestros propios pensamientos y programar nuestra mente con nuestro propio código para que esté a nuestro servicio y trabaje para nosotros.


Ese es el principio de la meditación, conseguir acallar nuestra mente para que no interfiera en las reflexiones de nuestra verdadera identidad, nuestro auténtico YO.

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A veces escuchamos, no para entender, sino para poder replicar.

En La Marisma

En La Marisma
Yace abandonada en la marisma la pequeña barca que aguas adentro fue hasta no hace mucho tiempo cómplice de tus sueños.
La he visto rendida en el fango, inundada de agua, cubierta de algas, muriendo junto a tus cenizas en la marisma donde te dimos el último adiós.
Sin rastro de nombre en su proa, sin remos en los toletes de la regala, echa de menos el tiempo en que la manejabas con esa amabilidad con la que conseguías hacer navegable ese artilugio con tan poca vocación marinera.

De los campos de trigo en el cálido estío de Castilla, viajaste al norte para doblegar el acero de los Altos Hornos y darle forma navegable en un astillero de Vizcaya, para reposar después tus últimos años en la quietud de las marismas de Cantabria.
El viento en la cara y las horas al pairo de las tardes de pesca te hicieron sabio y aprendiste a distinguir lo importante de lo superfluo. La pesca era testimonial y no merecía el esfuerzo, pero era suficiente para presumir ante los amigos. Y sobre todo, te servía para pensar, para sentir, para mirar la vida desde la distancia que ponen los años.
No sólo tu barca se está deteriorando; desde que te fuiste, otras cosas se están deteriorando también, y es que no estar atento a las mareas puede dejarte varado en el fondo a la menor distracción. Como dijo en cierta ocasión alguien que sabía lo que decía, hay que estar atentos, y no a tontas.

Con tu ejemplo nos enseñabas a hijos y nietos que las cosas importantes suelen ser gratis, pero ya dicen que nadie es profeta en su tierra.
Distinguir lo importante de lo superfluo suele aprenderse tarde, aunque nunca es demasiado tarde para intentar hacerlo bien la próxima vez.

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En el futuro contaré con quienes me hacen sentir bien. Al resto, fue un placer haberlos conocido.