Cincuenta Sombras


Cincuenta Sombras
La trilogía que está haciendo furor en todo el mundo, Cincuenta sombras de Grey, Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas, arroja luz sobre una práctica sexual que, por su propia naturaleza íntima y privada, permanece en la sombra y unicamente es aceptada con normalidad en el ámbito literario.
El hecho de que esté escrita por una mujer, la británica Erika Leonard James, hace que en algunos medios se defina esta trilogía como porno para mujeres o porno para amas de casa.

No es un éxito editorial porque se compra, sino que se compra porque se anuncia como éxito editorial, que es su estrategia de marketing, y no es una trilogía de género B, sino literatura, literatura erótica que se puede comprar en librerías y supermercados sin sentir rubor.
Con esta cobertura social e intelectual, mujeres y hombres pueden dar rienda suelta a su imaginación e iluminar sus íntimas sombras con situaciones que no se dan normalmente en la vida cotidiana, como el BDSM, acrónimo de Bondage (atamientos), Dominación-Disciplina, Sumisión-Sadismo y Masoquismo.

¿Pero, realmente estas prácticas se circunscriben exclusivamente al ámbito de la literatura erótica, o a submundos de humo de tabaco y luces de neón?
La primera regla del BDSM es que se trata de una relación consentida por las partes implicadas, habiendo acuerdo, consentimiento y placer tanto para la parte dominadora como para la parte sumisa, que no sometida.
Ambas partes se sienten cómodas en el papel adoptado, y no franquean ciertos límites, como prácticas que causen daños visibles o irreparables, o que desagraden a alguno de los intervinientes.

Los límites son negociados previamente si los participantes no se conocen lo suficiente, o puede darse una confianza total en la que la parte sumisa confía plenamente en que la parte dominadora no irá más allá de prácticas que sean placenteras también para ella.
Quien domina puede dar rienda suelta a sus instintos inconfesables sintiéndose plenamente legitimado, y la parte sumisa da también rienda suelta a sentimientos íntimos que no se puede permitir en su vida cotidiana.

El hecho de estar “sometida” libera de responsabilidades a la parte sumisa, lo que le permite disfrutar de situaciones que en público negaría con enérgico convencimiento reivindicativo.
En esa situación se aceptan con placer bofetadas y golpes de fusta, produciendo en la parte sumisa un inmenso goce con cada azote, con cada bofetada, que con frecuencia le provocan orgasmos múltiples.
Este ejercicio continuado de dominación-sumisión puede crear una dependencia que posibilita, por ejemplo, que la parte sumisa experimente orgasmos sólo con que la parte dominante se lo ordene, en casa, en una cafetería o en la calle, entre la gente.
La parte sumisa se siente atendida, protegida, deseada y amada por la parte dominadora, razón por la que acepta sus caprichos y castigos con una ciega obediencia que le compensa. Llega incluso a sentir lástima por el resto de la gente que todavía no ha descubierto ese mundo porque no ha encontrado la persona adecuada con la que esa química funcione.

Esta forma de sexualidad no se limita sólo a prácticas físicas, sino que tiene otras prácticas igualmente placenteras, como que la parte sometida baje la mirada ante la presencia de la parte dominadora, comer sólo después de que lo haya hecho el Amo, vestir la ropa que le ordene su dueño, informar a la persona amada de cuándo entra y cuando sale de casa, o incluso pedirle permiso para ir al baño.

Y sí, también se da en la vida real, en las sombras -o en las luces, según se mire- de la vida real.
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De vez en cuando es bueno separar el trigo de la paja y la paja del polvo.