Noche De Ronda

NOCHE DE RONDA
La noche ya está avanzada y una hermosa luna se abre paso entre los tejados para iluminar la calle empedrada y mojada, que la tarde ha sido lluviosa.
No conozco la ciudad y tengo curiosidad por explorar su lado oscuro, nunca mejor dicho, dadas las horas a las que me encuentro paseando con las manos en los bolsillos.
No hay nadie en la calle, supongo que porque es día laborable, y paseo tranquilo pero con todos los sentidos alerta.
Oigo detrás de mí unos tacones altos rompiendo el silencio paseando sin prisa y sin trayectoria definida, pero no vuelvo la mirada para no denotar inexperiencia o que estoy fuera de lugar.
No muy lejos veo un pequeño farolillo rojo que indica sin ningún género de dudas que se trata de uno de esos tugurios para gente fracasada.
Se abre la puerta y durante unos instantes se escapa del interior un hilo de humo y música rancia. Un individuo con gabardina sale deprisa y desaparece rápidamente en dirección contraria a la mía.
Nunca había estado en uno de esos antros de vidas rotas y siento una temerosa curiosidad por bucear en las alcantarillas del alma humana.

Después de mantener un pequeño debate conmigo mismo, me dirijo hacia el farolillo, abro la puerta y entro aparentando naturalidad. Hay un cliente al fondo de la barra con una mujer en picardías y otras tres sentadas junto a la pared, aburridas, a la espera de clientes.
El camarero me tranquiliza con su actitud profesional y me sirve la cocacola que le pido, que ya imagino que no es lo que se suele beber en esa clase de locales, pero no quiero perder facultades si hay complicaciones.
Miro al fondo y una de ellas se levanta y viene hacia mí. En la calle me pasaría desapercibida mil veces que la viera, pero la ropa que lleva le hace parecer la encarnación del pecado, un pecado que me gustaría probar.
Es correcta y me tantea con educación tratando de darme conversación. Yo no sé de qué hablar con alguien así, por lo que le dejo hacer a ella.
Acepto su propuesta de invitarle a un whisky, que pide ella misma con un gesto al camarero.
-Eso no es whisky, ¿verdad?
-No, es que acabaríamos mal si tomáramos uno con cada cliente. Algunos se molestan por tener que pagar una infusión como si fuera una copa.
-No te preocupes, te prefiero serena y pagar la infusión a precio de whisky.

Al final me cuenta su vida, me habla de su familia, de su exmarido y de sus hijos, que viven en otra ciudad. No la toco, no me toca, y después de contarme sus vivencias, preocupaciones y anhelos durante casi media hora, nos despedimos con un par de besos al tiempo que me dice que nunca había conocido a nadie como yo.

La calle sigue mojada y me dirijo al hotel, ya más tranquilo y mimetizado con el entorno lúgubre de la zona. Vuelvo a oír los tacones rompiendo la noche.
Me encuentro con un mendigo acurrucado en un portal y le dejo un billete. Si puedo pagar una infusión a precio de whisky, bien puedo alegrarle esta noche húmeda a alguien que no tiene dónde ir.

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La vida es eso que pasa mientras nos dedicamos a otras cosas.