Sin Perdón
Seguramente has perdonado alguna vez. Seguramente alguna vez te han perdonado un error, una ofensa, un desliz. Cuando te perdonan, especialmente si quien lo hace es importante para ti, te sientes aliviado, y cuando perdonas, te sientes generoso, te sientes bien por lo buena persona que eres.
Seguramente has perdonado alguna vez. Seguramente alguna vez te han perdonado un error, una ofensa, un desliz. Cuando te perdonan, especialmente si quien lo hace es importante para ti, te sientes aliviado, y cuando perdonas, te sientes generoso, te sientes bien por lo buena persona que eres.
Sin
embargo, perdonar es ofender, perdonar
es humillar, perdonar
es castigar. “Eres
un bellaco, tú tienes toda
la culpa, pero yo soy generoso, lo voy a olvidar y no te lo voy a
tener en cuenta”.
Perdonar
no cambia el pasado y sólo sirve para restregar
al beneficiario de
tu magnanimidad
que tú eres grande y él es mezquino.
Cuando
dices que perdonas, en realidad estás diciendo “tú tienes la
culpa (si no la tuvieras no habría necesidad de que yo te
perdonara), pero yo soy generoso y no te lo voy a tener en cuenta”.
Y
cuando dices que lo vas a olvidar, en realidad lo que estás haciendo
es recordarle
que él sigue teniendo la culpa -no
vaya a ser que se le haya olvidado-,
pero
que tú no se lo vas a tener en cuenta.
De
esta manera, cuando te perdonan, cuando perdonas, lo que estás
haciendo es volver a admitir en tu círculo a esa persona, pero bajo
nuevas condiciones, mermadas, por supuesto, nuevas reglas de
juego en las que la otra persona tiene que estarte siempre agradecido
por haberle admitido en tu círculo a pesar, que conste, de que no se
lo merece.
Es
como ese empresario que despide a un empleado fijo porque dice que
no es muy eficaz, pero a la semana siguiente vuelve a contratarle con
un contrato eventual y la mitad de sueldo.
Perdonar
no sirve de nada, no
cambia lo hecho, y quien se atreve a perdonar está más cerca del bellaco
que del magnánimo. Piénsalo.
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Si
el viento tira el muro, la culpa no es del viento, sino del muro.