Mi Música Mejor

Mi Música Mejor


Amanece porque estás. ¡Por qué, si no! Al descorrer el velo me deleito con un paisaje de suaves dunas de cálida piel. ¡Dios, cuánta belleza! El rocío todavía mantiene húmedo el jardín, que la noche ha tenido su aquel, y el sol de tu mirada asoma ya entre las sábanas como un amanecer tras las colinas. No quieres que se rompa la noche y te haces de rogar. Sonrojado arrebol de la mañana, rocío de placeres, aromas de pasión.

Son aquilones mi música mejor, decía el pirata de Espronceda. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, decía el apasionado Lorca. Los poetas saben de amores y pasiones como nadie porque saben extraer la íntima esencia de las cosas y llevarlas hasta el altar que se merecen.

Es tu risa mi música mejor, esa risa hechicera que lo inunda todo y le da a la vida color.
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Hay días que no pasa nada... y de repente pasas tú.

Imagen: In The Light (Kyle Stuckey)
 

 


Gargantúa

Gargantúa

Ahora, desde la distancia, parece algo inofensivo, algo que tus padres te hicieron a ti y que tú estás dispuesto a repetir con tus hijos. Pero es un momento dramático.

Hay una larga cola de niños inquietos agarrados de la mano de sus padres, nerviosos, esperando el instante definitivo. Tus padres no iban a hacerte algo malo, y es por esa razón por la que tú también estás allí haciendo cola, agarrado de la mano de tu padre. Además, el resto de los niños parece que están dispuestos a afrontar la situación con valor, y tú no puedes ser el cobarde de la fila. Pero lo cierto es que tienes miedo, mucho miedo, y estás asustado.

Tú sabes que los otros niños también están inquietos, como tú, porque no hacen más que preguntar a sus padres detalles del evento al que se van a enfrentar en apenas unos minutos. Si fuera algo divertido estarían alborozados, dando saltos llenos de alegría. Pero no lo están. Mantienen el tipo, como tú, pero tú tienes miedo, y no lo puedes decir.

Recuerdas cuando tu madre te llevó de pequeño a operarte de las anginas. Entonces no te ingresaban en ninguna parte, tú ibas andando hasta el centro de salud, entrabas en la sala y el médico te extraía las anginas con unos alicates mientras tu madre te decía que no pasaba nada. Pero sí pasaba. No había anestesia ni nada que se le pareciera, salvo el hecho de que el médico te decía que abrieras la boca y cerraras lo ojos, porque te iba a dar un caramelo. Fue solo un instante y sabías que no te iba a dar un caramelo. Pero tu madre estaba allí contigo. Al terminar, te cubrías la boca con una toalla que habías llevado al efecto para recoger la sangre que manaba de tu garganta de manera abundante. Pero no pasaba nada. ¿Qué iba a pasar si ibas agarrado de la mano de tu madre? Al terminar la operación volvías a casa andando, con la toalla empapada de sangre cubriéndote la boca, mientras tu madre te prometía que al llegar te daría un poco de hielo para cortar la hemorragia. Lo del hielo estaba bien, era divertido, pero no en aquellos momentos en los que nada te divertía.

Pero en aquellos momentos estabas allí con tu padre, como el resto de los niños, haciendo cola, inquieto, tratando de aparentar que no te importaba y que afrontarías el evento con valor. Y allí estaba él, el Gargantúa, con su cara de bonachón y un apetito insaciable que trataba de satisfacer comiéndose a todos los niños de la fila. Entonces subes las escaleras hacia el cadalso y miras a tu padre de refilón. Es la primera vez que te deja solo frente a una situación que tal vez sea definitiva. Hasta cuando te arrancaron las anginas tu madre estaba allí contigo. Pero ya eras casi un hombre y era hora de que afrontaras solo aquel inquietante momento.

Todo el mundo está de fiesta, son las fiestas de Bilbao, pero a nadie parece importarle, salvo a tu padre que no te quita ojo, el momento tan trascendente que estás a punto de afrontar. Y al fin te lanzas boca adentro, estómago abajo, hasta salir escupido a gran velocidad por la retaguardia del glotón, tras un largo, oscuro e interminable viaje en el que no atisbabas el final. Caes al final del viaje sobre una colchoneta liberadora y de pronto se hace la luz. Y allí está tu padre, esperándote para recogerte, o recoger tus restos, la poca integridad que te queda, que ya lo dabas todo por perdido. Has sido valiente, has afrontado solo aquel instante incierto y has salido con bien del entuerto. Y te sientes grande, llenas tus pulmones de satisfacción y te sientes ya capaz de mirarle a los ojos al glotón para decirle ¡me he atrevido!

Ahora, desde la distancia, me parece un juego de niños, pero había que estar allí, después de que tu padre te hubiera soltado de la mano para que te adentraras en aquella experiencia solo, muy solo, enfrentándote a aquel gigante.

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Si te aprieta, no es de tu talla.

 

Amor Civilizado

Amor Civilizado

Es civilizado y moderno quedar como amigos cuando el amor se termina. Es una cuestión de ecología: cuando  se acaba el amor, siempre se puede reciclar y convertirlo en amistad, saludarse con un par de besos cuando se produce un encuentro casual, o incluso tomar un café para charlar.

No: Se recicla la basura, no el amor. No se puede vulgarizar el amor. Soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores, dice la canción. No quiero un amor civilizado, dice otra canción. No quiero un amor que se pueda reciclar.

Una ruptura sin pasión es como un café descafeinado, un champán sin burbujas, un vino de bar. Cuando el amor no es protagonista, se convierte en un personaje de reparto, un guion de pieles compartidas. Amores que se pueden reciclar no dejan huella, y no hay nada más vulgar que transitar el amor sin una huella que dejar.

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Deja ganar a quien juegue a perderte.

 

Adulación

Adulación

Hay que distinguir entre el reconocimiento a un mérito ajeno y la adulación. El reconocimiento trata de poner en valor los méritos de alguien, y suele ser una alabanza justa y serena del trabajo de quien se habla. La adulación, sin embargo, es ampulosa y suele exagerar los méritos de la persona homenajeada. Su objetivo no es tanto destacar el trabajo o mérito de esa persona, sino tratar de obtener su favor o su predisposición para conseguir algo en el futuro.

Suele utilizarlo también el jefe, como técnica de manipulación, alabando la capacidad y el trabajo de su subordinado para forzarle a hacer lo que se espera de él y comprometerle a no defraudar las expectativas que supuestamente ha generado. Eso siempre da mejor resultado que mostrarse osco y exigente. La adulación es una manera de crear una dependencia que obliga al homenajeado a superar el listón que se le ha impuesto de esa manera tan dulce. El subordinado se siente halagado y agradecido, y cree que al fin alguien ha reconocido sus méritos ocultos. Y ya que el jefe ha descubierto sus capacidades ¡no le va a defraudar!

Y luego están esos personajes que se dedican a publicar sus bendiciones, felicitaciones, alabanzas y agradecimientos al trabajo ajeno, pero lo hacen de manera que parezca que son ellos los líderes del proyecto, cuando en realidad sólo pasaban por allí a tiempo de salir en la foto. Disfrazado de reconocimiento a méritos ajenos, intentan hacer creer a su audiencia que el mérito es suyo, pero que agradecen humildemente la colaboración y el sacrificio de los homenajeados, que normalmente ni siquiera conocen a su mentor. Es una manera de autoadulación, dando a entender con su impostado reconocimiento, aplaudiendo como focas, que son ellos los que premian el trabajo de los homenajeados, y que éstos le quedarán muy agradecidos por sus alabanzas.

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Se acaricia a la yegua sólo para poder montarla.

 

El Arca

El Arca

Cuando se construye un puente, la empresa constructora prueba su resistencia con camiones cargados de tierra antes de permitir que los ciudadanos circulen con sus coches por él. El puente nunca va a soportar tanta carga en su uso diario, pero es mejor probarlo antes en las peores condiciones posibles para evitar accidentes en el futuro. Ocurre lo mismo con casi todos los procesos industriales: cámaras climáticas, durómetros, máquinas de tracción, dummies... todo un sinfín de aparatos de tortura se utilizan para probar los materiales con los que se construirán los bienes que utilizaremos después en la vida diaria.

Del mismo modo, una pandemia o una crisis económica ponen a prueba nuestra sociedad: los medios de comunicación, los políticos, los jueces, los policías... y los ciudadanos. Más allá de las diferencias cosméticas dictadas por la moda social de cada país y de cada momento, se puede decir que a lo largo de toda la Historia y de toda la Geografía del Planeta, nada cambia. Una situación de presión saca a la luz la verdadera naturaleza de los materiales y de las personas. El que ayer era una afable panadero en tiempos de paz, en tiempos de guerra se convierte en un salvaje carnicero sin escrúpulos. La presión muestra la verdadera naturaleza de la cosas y de las personas.

No todo el mundo se puede salvar. No todo el mundo merece ser salvado. Recuerdo mi paso por el Servicio Militar, en el Centro de Comunicaciones de la Armada. Tenía un amigo al que destinaron a la cafetería. Estar detrás de la barra al mando de cafés, zumos y croissants es todo un privilegio en algunas situaciones. Allí perdí un amigo, como el resto de compañeros, ya que desde su nuevo "centro de poder" comenzó a tratarnos con displicencia -y eso que pagábamos las consumiciones-, y hasta de nuestros nombres se olvidó. No todo el mundo merece ser salvado. La miseria espiritual no merece ser salvada. He visto flaquear a muchas personas que no dudaron en protagonizar mezquinas traiciones, incluso ante presiones pequeñas. Por eso están bien los laboratorios de ensayos: para ver con quién puedes hacer el viaje y con quién no.

La pandemia y la crisis han puesto en evidencia que no todo el mundo merece ser salvado. Y que las Instituciones no están capacitadas ni profesional ni moralmente para gestionar una sociedad humana avanzada. Sabemos quiénes son. Son muchos. No se pueden salvar. No hay botes salvavidas para todos... ¡Y aunque los hubiera!

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Elige bien tu compañero de viaje, porque es quien te pone la música.


El Bar

El Bar

Asomando la barriga por la puerta del bar, vaso de vino en una mano, cigarro en la otra, viendo a la gente pasar. Hoy, como ayer. Y mañana será igual.

La señora comprando fruta, el niño berreando sin parar, el anciano lento, sin afeitar, que ya todo le da igual.

Asomando la barriga por la puerta del bar, casi su hogar, con su vino y su tabaco, viendo la vida pasar.

De joven soñó, pero ya no. Hoy llueve y su mirada se pierde en el humo del cigarro pensando en cómo se pasa la vida, tan callando.
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El pájaro no teme que se rompa la rama sobre la que se posa, porque confía en sus alas, no en la rama.


Sanjuanada

Sanjuanada

Noche de San Juan, esta vez sin Sanjuanada debido a la pandemia.

Recuerdo ahora mis años de niño, cuando hacíamos una enorme hoguera en la noche de San Juan junto al río Cadagua, del que se decía que llevaba más mierda que agua.

Tardábamos casi un mes en prepararla y era una empresa importante en la que estábamos implicados todos los niños del barrio.
Sustraíamos palets de la fábrica de al lado sorteando la vigilancia del guarda que, como el policía que acechaba a la cuadrilla del entrañable personaje de dibujos animados Don Gato, siempre nos tenía bajo estrecha vigilancia. Los palets nos servían también para construir casetas en las que nos reuníamos a charlar en grupos. Cada grupo se construía su propia caseta y rivalizábamos por ver quién la hacía más grande y más bonita. Eran las precursoras de los actuales txokos de los adultos o las lonjas donde se reúnen ahora los adolescentes.

Íbamos a buscar ramas y troncos de árbol por las campas y montes de los alrededores, especialmente uno que fuera el poste central de la hoguera, que debía ser grande y fuerte para que fuera la última parte en desaparecer. El tronco debía tener no menos de cuatro metros de largo y un grosor considerable para que aguantara todo el peso que se le iba a venir encima. Cuando lo localizábamos, para lo cual teníamos ojeadores siempre atentos durante nuestras correrías de niños, nos hacíamos con cuerdas y lo arrastrábamos hasta el barrio, cual esclavos arrastrando una enorme piedra para construir la gran pirámide. Los padres aprovechaban para deshacerse de muebles viejos y cosas que ya no querían. No aceptábamos cualquier cosa, debían ser objetos que ardieran bien y que hicieran una buena fogata, que aquello era nuestra obra, y no un basurero. En lo alto de mástil central colocábamos un muñeco que había hecho alguna madre y que habíamos vestido entre todos con ropas viejas.

La hoguera la dejábamos sólo planteada, es decir, dispersa por la zona para evitar que los niños de otros barrios la quemaran y nos arruinaran la fiesta. Al igual que hacíamos con las casetas, también competíamos con los niños de los barrios del entorno por ver quién hacía la hoguera más grande y duradera. En los días previos establecíamos turnos de vigilancia y sólo la montábamos el último día, donde la vigilancia se reforzaba, y era tarea de todos, padres y madres también, vigilar que ningún niño de otro barrio viniera a aguarnos la fiesta de la noche.

Al llegar la noche más mágica del año las madres habían preparado chocolate y bizcochos para todos. Nadie se quedaba en casa, niños y mayores nos juntábamos en la calle y veíamos arder la hoguera que tanto esfuerzo nos había costado construir. Al calor de las llamas, unos soñaban, otros charlaban, otros reían, y otros buscaban un adolescente roce de manos con nocturnidad y alevosía.

Al final de la noche volvías a casa con la sensación de haber culminado con éxito una gran y excitante aventura y te ibas a la cama sintiendo que lo habías hecho bien, y que había sido un día magnífico.

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La vida es una carrera de fondo en la que tienes que atarte los zapatos mientras corres.


Campos Amarillos

Campos Amarillos

“In illo tempore”, como se decía en el pueblo emulando lo que escuchaban en las lecturas del Evangelio en la misa, los veranos de los estudiantes duraban tres meses. Toda una vida.
Mi madre me levantaba cuando más sueño tenía, de madrugada, me vestía sobre la mesa de la cocina, me preparaba la maleta y luego mi padre me llevaba en autobús hasta la Estación del Norte, donde me acomodaba en el asiento del tren y me decía que no se me olvidara hacer trasbordo en Miranda... atravesando el enorme entramado de vías y silbatos con mi maleta a rastras. Ya en Valladolid, me recogía uno de mis tíos y me llevaba hasta el pueblo de mis abuelos.


El sol amarillo, la tierra amarilla, los campos amarillos... recuerdo las siestas eternas que mi abuela me obligaba a dormir durante las horas centrales del día. Fuera no se oían ya ni los cencerros de las ovejas invadiendo la calle ni los vencejos surcando el aire seco, a pesar de que dicen que pueden estar todo el día volando sin posarse. Después de comer había que dormir. Sólo bien entrada la tarde salíamos los niños a jugar a la calle, las mujeres a charlar sentadas junto a las puertas de las casas y los hombres al Club Social, el único lugar del pueblo con televisión, donde además se podía tomar un café y jugar al dominó.
También había en el pueblo, camino del río, una tienda que vendía todo lo que pudieras necesitar, desde un kilo de garbanzos hasta un sombrero de paja para el sol. Aquel pequeño pueblo, pueblo de secano para más señas, que hasta el río que le visita tiene por gracia "Sequillo", fue el paraíso de los interminables veranos de mi niñez “en el cálido estío”, que decía una canción de misa refiriéndose al pueblo, veranos de siestas y de misas, de sueños y aventuras.

Tenía mi abuelo una preciosa bicicleta, amarilla también, que era lo que más quería en el mundo, aparte de mi abuela, claro está, que colgaba de unos ganchos del techo cuando no la usaba, la bicicleta, no mi abuela, para que las ruedas no sufrieran en balde por estar apoyadas en el suelo.
Tenía también un trozo de tierra que a mí me parecía un gran tesoro. Estaba allá en lontananza, que es un sitio que está muy lejos, más allá del río, cruzando el puente bajo un sol de justicia y andando después largo rato por caminos polvorientos desahuciados de sombra alguna. Y allí estaba, al fin, el campo lleno de espigas doradas bailando la danza del viento, para atraerlo, supongo, ya que ni viento hacía.


Me explicó mi abuelo que el próximo año dejaría la tierra en barbecho para que descansara, y así al año siguiente daría buena cosecha. En el colegio habíamos estudiado que ya no hacía falta dejar las tierras en barbecho porque había abonos que nitrogenaban la tierra, y así se podía obtener una cosecha todos los años. Entonces los niños estudiábamos esas cosas, conocíamos las capitales de todos los países del mundo, estudiábamos música, sabíamos latín en varios idiomas y escribíamos sin faltas de ortografía... pero aquellos eran otros tiempos.
No pude convencer a mi abuelo. Pensé que le ayudaría con mis conocimientos de estudiante de ciudad, pero él me hizo ver que se puede vivir más despacio, ya que al final del camino no hay nada por lo que merezca la pena correr.

Ese año había llegado el Hombre a la Luna, evento que vi en directo en la televisión de la casa del tío que me llevaba desde la estación de Valladolid hasta el pueblo. Pero el abono todavía no había llegado a la casa de mi abuelo, que prefería vivir a otro ritmo. Y, además, el abono costaba dinero, y no pasaba nada por dejar descansar la tierra durante todo un año.

Un día pude ver, al fin, el fruto de sus esfuerzos. Una máquina cosechadora había recogido el trigo, y mis abuelos llevaron todo el grano al piso superior de la casa. La máquina había separado la paja del polvo y el polvo del trigo. Mi decepción fue mayúscula. Allí había una pequeña montaña de trigo de unos dos metros de diámetro y una altura que en su vértice no superaba mi propia altura.
¡Tanto sol, tanto aliento... para eso!

Días después vinieron a buscarme unos niños del pueblo para ir a jugar. Les dije que no podía, porque tenía que ir con mi abuela a espigar. Espigar es recoger las espigas que han quedado tiradas por los campos después de haber cosechado. Me preocupó ir a recoger espigas de campos ajenos, pero mi abuela me tranquilizó diciendo que eso no era robar nada a nadie porque, después de haber pasado la máquina cosechadora, nadie recogía las pocas espigas que habían quedado esparcidas por el campo. Recogimos más de cincuenta espigas, mi abuela en su delantal y yo las que me cabían debajo del brazo. Aquello me pareció un auténtico tesoro.

Al día siguiente supe por los niños del pueblo que espigar era de pobres.

¡Éramos pobres y yo ni siquiera lo sabía porque me sentía el niño más rico del mundo!
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Cada día tiene su afán.

Evacuación

Evacuación

La pandemia del coronavirus ha confinado en sus casas a casi toda la población del planeta. Hay millones de afectados, decenas de miles de muertos... y esto no tiene pinta de que vaya a mejorar.

La libertad de movimientos restringida, los desplazamientos de la población monitorizados a través de sus teléfonos móviles, la libertad de expresión vigilada a través de las redes sociales...
Aprovechando el estado de alarma se está legalizando una oscura dictadura, y esto tampoco tiene pinta de que vaya a mejorar.

No parece que se hagan demasiados esfuerzos por combatir la pandemia más allá de limitar los movimientos y las opiniones de los ciudadanos. Países capaces de fabricar millones de balas a día, miles de automóviles al día, no son capaces de fabricar mascarillas de tela.

La NASA advierte que hay un meteorito (1998 OR2)
de unos cuatro kilómetros de diámetro que este mes de abril se acercará peligrosamente a nuestro planeta.

Este mes de abril, al menos quince volcanes repartidos por todo el mundo han entrado en erupción de manera simultánea.


También este mes de abril el campo magnético de la Tierra está teniendo alteraciones muy significativas sin que nadie pueda explicar la causa.

Docenas de ciudades están oyendo estos días en los cielos sonidos fantasmagóricos (THE HUM) que nadie sabe explicar.

En todo el mundo está habiendo centenares de avistamientos de flotas de OVNIs como no ocurría desde hace más de treinta años. Y no parece que el motivo sea que ahora hay menos contaminación debido al confinamiento y se ve mejor el cielo.

¿Se ha creado la crisis del coronavirus para encerrarnos a todos en casa y que no veamos lo que se nos viene encima?
Después de varias décadas entre nosotros, ¿están abandonando el planeta nuestros visitantes del espacio y es por eso por lo que hay tantos avistamientos?

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Hasta un reloj parado acierta la hora dos veces al día.

 

Ciudadanos Libres

Ciudadanos Libres
Nos estamos acostumbrando a ver en la TV a los jefes militares y policiales dando instrucciones sobre la pandemia. Parece que han tomado el poder, aprovechando las circunstancias.
Apelan a tu solidaridad y seguidamente te amenazan con multas y detenciones si no les obedeces.
Dicen que no van a consentir que nadie incumpla la orden de confinamiento.

La desobediencia es un delito. Ellos mandan y tú obedeces.

Quien cree que tiene derecho a encerrarte no es tu amigo, sino tu carcelero. 
No te puede pedir conciencia quien te amenaza, del mismo modo que no te puede pedir limosna quien te atraca pistola en mano.
O te pide ayuda, o te atraca.  O apela a tu conciencia, o te obliga bajo amenazas. Las dos cosas son incompatibles.


No se entendería que se vacunara a toda la población porque un grupo social organizara revueltas callejeras.
Del mismo modo, no se entiende que una crisis sanitaria la gestione el ejército y la policía con el arresto domiciliario de toda la población.

Cada problema tiene su solución.

Llegan noticias de policías que cargan brutalmente contra una mujer que corría por la calle haciendo deporte, ella sola.
Llegan noticias de policías de paisano que multan a un hombre por subir al monte, solo, para aliviar el estrés del encierro.

Llegan noticias de un hombre mayor que ha sido multado por salir a la calle de madrugada, solo, para respirar un poco.
Llegan noticias de que la policía aporrea a un discapacitado mental que había salido a comprar, y a su madre por tratar de defenderle.
Cuando una oveja se aparta del rebaño, los lobos van a por ella.

La policía sabe que alguien que va a la playa solo no va a contagiar a nadie.
La policía sabe que alguien que sale a correr solo no va a contagiar a nadie.
La policía sabe que alguien que sube al monte solo no va a contagiar a nadie.

Pero no te lo van a consentir.

La cuestión no es si esas medidas son necesarias o no lo son, sino el hecho de saber que hay gente que se cree con autoridad para imponerte por la fuerza su voluntad. La cuestión es determinar si somos ciudadanos o somos súbditos.

Y las ovejas aplauden al pastor que las encierra para protegerlas del coronalobo. Las ovejas temen al lobo, pero es el pastor quien se las come.


Tal vez sea verdad que hay una crisis sanitaria mayor que otras con las que convivimos a diario desde siempre.

Tal vez la crisis la haya creado la incompetencia del Gobierno y el alarmismo transmitido por los medios de comunicación.
Tal vez sea una maniobra para controlar la economía mundial y revertir el liderazgo de los mercados.
Tal vez.
 
Pero lo que sí es cierto es que vivimos una crisis de libertad.

Y la gente aplaude.
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Quien no se mueve no siente las cadenas.



Una Granja Tranquila

Una Granja Tranquila
El experimento está saliendo bien. Los países parados, las economías hundidas, los ciudadanos confinados, las ciudades vacías, los militares en las estaciones de tren, los policías patrullando las calles con megáfonos amenazadores...
No hace falta que sea verdad, basta con repetir una y otra vez el mismo mensaje en los medios de comunicación.
La gripe causa más de 600.000 muertes cada año, así que cualquier momento puede ser bueno para suprimir la libertad a nivel mundial.

No se puede ir acompañado sin causa justificada, ni acercarse a otro ser humano a menos de un metro. Y lo de darse la mano o abrazarse... eso queda para cuando den permiso para ello.
A los abuelos les resultará familiar eso de salir a la calle con miedo a que les intercepten y les pregunten adónde van. Y los niños confinados en sus casas... esto es algo que no olvidarán.
La gente aplaude en los balcones. La gente increpa al insolidario que pasea por la calle. ¡Que le multen!, esputan con rabia.
El experimento está saliendo bien.

"Rebelión en la Granja" es una novela distópica de George Orwell publicada en 1945.
Los animales allí confinados expulsan a los granjeros y constituyen un sistema de autogobierno.
Los cerdos de la granja, que son los más listos, se hacen con el poder y dictan nuevas leyes de libertad.
Poco a poco los cerdos van eliminando las leyes que les hacían libres y se convierten en gobernantes más tiranos incluso que sus granjeros.
Los cerdos que iniciaron la revolución contra los humanos empiezan a utilizar perros para controlar al resto de los animales de la granja.
Hay cerdos tiranos, cerdos oradores, caballos rebeldes, burros ilustrados, ovejas analfabetas, gallinas conformistas, yeguas traidoras... y los perros al servicio de los cerdos. Una novela interesante, sin duda.


https://es.wikipedia.org/wiki/Rebeli%C3%B3n_en_la_granja
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"Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano".



Un Pueblo Con Mar

Un Pueblo Con Mar
Es un pueblo con mar, un pueblo pequeño, un pueblo pesquero. Al menos lo era, aunque aquello pasó.
La abuela conserva su casa, entrañable, sencilla, llena de recuerdos de vidas plenas.
Desde la casa no se ve, pero se oye el suspiro de las olas cuando van a descansar sobre la arena de la pequeña playa escondida tras la loma.
 

Al despertar ya huele a café. Te has levantado tarde porque ayer hubo fiesta en la plaza, una fiesta para los que ya volvieron y para los que todavía están por llegar, jóvenes y viejos divirtiéndose por igual. Llegaste de madrugada y la abuela te esperaba para ponerte un vaso de leche caliente, para que no te fueras a dormir con el estómago frío. Tú la reñiste por estar levantada tan tarde, pero ella te sonrió complaciente: "anda, tómatelo".

Luego sales al porche a leer, a disfrutar de la brisa en la cara, a pensar... y sonríes. ¡Qué bien se está!
A media mañana coges la toalla, el libro... y poco más. Y te vas a la playa. No hay casi nadie, es un pueblo con mar, un pueblo pequeño, un pueblo pesquero nada más.
Los amigos de anoche te ven desde lejos, te llaman, y tú vas. Chapuzones, risas y planes para la noche.
Tuviste una pequeña aventura, un amor de verano, una historia fugaz. La noche era cálida, que no calurosa, y no la podías desaprovechar.

Hace tiempo que el abuelo se fue. Y la abuela ya no está.
Es un pueblo con mar, una cala escondida, una playa pequeña en cuya orilla suspiran las olas cuando van a descansar.

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Un suspiro es el aire que te sobra por alguien que te falta.




Déjame Que Te Cuente


Déjame Que Te Cuente

Ya sé que no se estila, pero soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores.

Déjame que te cuente que me gusta cuando abres las puertas de tu jardín y se cubre de rocío sólo con mirarlo.


Déjame que te diga que me gusta el misterio de tu altar cuando entro en él para honrarle con íntimo fervor.


Déjame que te confiese que, así como el café huele mejor de lo que sabe, tú sabes tan bien como anuncia el aroma de tu pasión.


Déjame que te cuente, déjame que te diga, déjame que te confiese...

que te Amo.
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Yo para ti, tú para mí.

El Clavel Y La Rosa

El Clavel Y La Rosa
Cuentan que Quevedo, ilustre escritor del Siglo de Oro español, irónico, satírico y pendenciero, apostó con unos colegas que llamaría "coja" a la coja reina consorte de España, Isabel de Borbón.
Así que Quevedo, miope y cojo también, con un ramo de claveles en una mano y uno de rosas en la otra, haciendo uso de un juego de palabras conocido como "calambur", abrió los brazos y le dijo:

"Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja".

Vi no hace mucho una película en la que la policía acusaba a un asesino de ser un "psicópata" porque había matado a su infiel esposa sin mostrar la menor empatía, arrepentimiento o sentimiento alguno. Si lo hubiera hecho con acaloramiento, habría sido un simple asesino que había cometido un crimen pasional. Pero él lo juzgó, lo valoró y lo planeó antes de hacerlo. Lo hizo de manera pensada, tomándose su tiempo, sin empatía, con frialdad.

No hay una definición exacta de lo que es un psicópata, pero parece que hay características que lo definen con más o menos atino:
- Encanto superficial
- Ausencia de nerviosismo
- Escasa fiabilidad
- Falta de sinceridad
- Falta de remordimiento y vergüenza
- Egocentrismo y carencia de empatía
...
Me pregunto cuántos políticos responden a este perfil.

Por cierto, el asesino psicópata de la película fue condenado por el juez, que dictó la sentencia de manera pensada, tomándose su tiempo, sin empatía, con frialdad.


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Entre el clavel y la rosa... virgencita, que me quede como estoy.


Soñé Que Soñaba

Soñé Que Soñaba

Imagina que te diriges andando hacia una pared que se encuentra a una distancia de 100 m. Cuando has recorrido la mitad de camino, te quedan por recorrer 50 m para llegar a tu destino. A la mitad del camino que te queda, te faltarán sólo 25 m hasta alcanzar la meta. Cuando sólo te quede un milímetro para darte de bruces contra la pared, primero tendrás que alcanzar el punto intermedio, es decir, 0,50 mm. Y luego todavía te faltará la mitad de 0,50 mm, y después la mitad de la mitad de 0,50 mm... y así indefinidamente sin llegar jamás a tu destino.

Con este razonamiento demostraba el filósofo griego Zenón que en realidad el movimiento no existe y que sólo es un producto de nuestra imaginación.

Claro que también había gente más pragmática que, sin tanto razonamiento, zanjaba el asunto diciendo que la existencia del movimiento se demuestra simplemente andando, aunque esto tampoco despeja la duda de si es algo real o imaginado.

Imagina que tienes un metro y lo divides en tres partes iguales. Cada una de las tres partes medirá 1/3 de metro. Sin embargo 1/3 = 0,3333333333.... y así hasta el infinito, por lo que el resultado de sumar las tres partes nunca volverá a ser 1.


Gracias a las matemáticas podemos deducir que el concepto de distancia no es más que un producto de nuestra imaginación, del mismo modo que lo es el movimiento, el tiempo y otras magnitudes que nos fabricamos a conveniencia para poder sobrevivir en nuestra Matrix particular.

Del mismo modo que hay quienes necesitan creer en un dios para poder explicar su propia existencia, la mente necesita crear estas magnitudes para poder tener una explicación lógica sobre la que transitar lo que llamamos vida.

Ayer soñé. Como siempre que sueño, lo viví como si fuera una experiencia real, y no supe que había sido un sueño hasta que desperté. Despertar te hace ver que lo que "viviste" la noche anterior fue sólo un sueño.
Y sólo cuando estás "despierto" vives tu experiencia real. Real para ti, pero en realidad no es más real que el sueño de la noche anterior cuando no sabías que dormías.

¿Y si lo que percibimos como realidad no es sino otro sueño del que no conoceremos su naturaleza hasta que despertemos?
¿Y si despertamos de ese segundo sueño y nos damos cuenta de que la realidad desde la que descubrimos que la otra realidad fue sólo un sueño, es también otro sueño?

Y así vas avanzando de sueño en sueño sin llegar nunca a alcanzar la pared.
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Yo soñé que soñaba, y al despertar comprobé que todavía estaba dormido.



Se Nos Pasó La Vida

Se Nos Pasó La Vida

Se nos pasó la vida
pensando que era larga,
que estaba por llegar,
o por hacer, quizá.

Se nos pasó la vida

soñando, luchando,
de victoria en victoria
hasta la derrota final.

Pero la vida estaba allí,
mientras trabajábamos
construyendo el futuro
para llegar preparados.

No es hora de sobrevivir,
sino de vivir.
No es momento de sembrar,
sino de cosechar.

Ya es tarde... quizá,
o estamos a tiempo... tal vez.

Pero se nos pasó la vida...
tan callando.


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Que al final de la vida podamos decir: ¡Lo hicimos bien!