Para Carmen

Para Carmen

Me he levantado temprano. Es agosto, la mañana está fresca y las calles todavía están vacías. En un par de horas la Plaza Mayor empezará a hervir de gente y de calor, pero ahora paseo solo por los soportales que la rodean, desde el Teatro Zorrilla hasta el Café Continental, en cuya terraza tomo un segundo desayuno. Hace apenas media hora que he desayunado en la cafetería del hotel Mozart, una cafetería de aromas antiguos con dorados repulidos y camareros de camisa blanca y pajarita, pero no he podido resistir la tentación de tomar otro café, esta vez con churros, mientras contemplo bajo la sombrilla la paz de la plaza.

 No he podido visitar la casa en la que nació Zorrilla, quien puso en boca de Juan Tenorio aquella advertencia que decía "Clamé al cielo y no me oyó, mas, si sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el cielo, no yo". Pero sí he visitado la casa en la que Cervantes escribió su primera edición de "El Quijote". Cuna de poetas y reyes, también recaló por aquí el mordaz Quevedo, que en su legendaria enemistad con Góngora le dedicó aquellos versos con los que de él se mofaba: "Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una alquitara medio viva, érase un peje espada mal barbado".

Recorro el centro de la ciudad sufriendo algo parecido al síndrome de Stendhal ("enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar"), que por lo visto fue lo que le ocurrió al escritor francés cuando visitó la basílica de la Santa Cruz, en Florencia.

Pero lo que más me ha impresionado de mi visita a Valladolid, ciudad donde se casaron los Reyes Católicos y capital del Imperio Español con Carlos I, ha sido una novela que he comprado en Re-Read, una tienda de libros de segunda mano: "La mirada del otro", Premio Planeta 1995. He visitado el Pasaje Gutiérrez, precursor de las modernas galerías comerciales, he tomado un vermut en "El Penicilino", un clásico de la ciudad, y he vuelto a tomar otro café en "El Minuto", una antigua cafetería que data de finales del siglo XIX, cerca de la Plaza Portugalete. Ahí he hojeado el libro. No he podido empezar a leerlo porque me he entretenido tratando de bucear en la dedicatoria escrita a mano por alguien que pretendía enviar un mensaje a Carmen:

"Para Carmen, para que vea clara la mentira de la verdad, así en la novela como en la vida. Valladolid, enero 96".

Es lo que tiene comprar libros de segunda mano: que tienen vida. Hace veintitrés años, alguien le regaló este libro a Carmen para decirle lo que no se atrevió a decirle mirándola a los ojos. Carmen, por lo visto, no quiso saber nada de su amante, ya que no tuvo problemas en deshacerse sin ambages del libro. Tuvo, sin embargo, el detalle de no tirarlo a la basura, y en su lugar lo entregó a una librería donde los libros, y tal vez los amores, pueden tener una segunda oportunidad. Eso también es una forma de amor. Una historia de amor, una ruptura de amor, veintitrés años después, ha terminado en mis manos por sólo tres euros.

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"Clamé al cielo, y no me oyó, mas, si sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el cielo, no yo".