Soy
sumisa, que no sometida, ya que es mi decisión y mi sueño más
íntimo.
Soy feliz siendo así y he tenido la fortuna de encontrar al
AMO y Señor que sabe descubrir mis más inconfesables deseos para
llevarlos hasta límites que ni siquiera sabía que existían.
No
puedo describir la inmensidad del placer que siento cuando él toma
el timón y hace con mi vida lo que le place. Cuando
él dice “ven”, yo voy. Él dice y yo hago, es así de sencillo.
Mi
AMO es sabio, fuerte y amoroso, me ama más que yo misma y descubre
en mí cualidades y placeres que desconocía.
Me exige disciplina,
obediencia y entrega sin límites, y es para mí un orgullo poder
satisfacer todos sus deseos. Soy de su propiedad, soy su más
preciado tesoro y sabe recompensar mi entrega. Él me instruye cada
día y mi mayor satisfacción es superar todas y cada una de las
pruebas a las que me somete para conseguir mi perfección.
Cosas
que otras parejas sólo se dicen en la brutalidad de la alcoba, al
abrigo de la oscuridad y envueltos en efluvios de pasión, mi AMO me
las dice con naturalidad y amor a cualquier hora del día o de la
noche, y todos los títulos que me concede me llenan de orgullo,
cuanto mas bajos, más altos son para mí.
Yo
soy su orgullo, soy su capricho, soy su obsesión y me trata con
respeto, con dureza y con amor. Es como quien tiene un precioso
coche al que mima hasta el más mínimo detalle, y sin
embargo lleva el motor hasta límites para los que no está diseñado
y lo conduce por caminos escabrosos en los que se mancha de barro y
los amortiguadores sufren lo indecible. No es que no lo quiera, ya
que es su capricho y su orgullo, sino que es precisamente por ello por lo
que lo somete a pruebas extremas que le hacen subir la adrenalina, después
de lo cual repara los pequeños desperfectos que haya podido sufrir,
lo limpia y lo perfuma… no hay nada que quiera más.
A
veces se pasa la tarde leyendo en el sofá, con suave música de
fondo y olor a café recién hecho. Yo estoy a su lado sentada en la
alfombra, con la cabeza apoyada sobre sus piernas y vestida con las
ropas que él ha elegido para mí, que dejan todas las partes de mi
cuerpo accesibles para cuando a él le apetezca satisfacer sus
deseos. No se me ocurre una escena más placentera.
Otras
veces se cruza conmigo en la casa, desliza una mano detrás de mi
pelo, me sujeta por la nuca y con la otra mano conduce mi cabeza
hasta su pecho, donde la mantiene clavada con firmeza y dulzura al
mismo tiempo. Entonces me susurra al oído con voz firme y suave -no
hay opción a réplica- y me pide que se lo dé.
Yo sé a qué se
refiere, y entonces todo mi cuerpo comienza a estremecerse de placer.
Enseguida empiezo a humedecerme y a temblar como un narciso cimbreando al ritmo de la brisa, “fluttering and dancing in the breeze”, que decía
el poeta romántico William
Wordsworth. Puede mantenerme en ese estado durante una hora o más,
yo no dejo de temblar y no paro de mojar el
altar de su placer, que no es mío, sino suyo, para que lo use como y
cuando quiera.
Soy
sumisa, que no sometida, es mi orgullo, es
mi
placer, soy feliz y
me siento como un narciso “fluttering
and dancing in the breeze”.
La Sumisa
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"Fuerte para ser su Señor, tierno para el amor".