Pigmalión


Pigmalión

Fue Pigmalión un rey chipriota que quería casarse, con la condición de que la mujer con la que lo hiciera fuera perfecta. Pero no la encontró. Podrás comprar huevos grandes, medianos, o pequeños, frescos, en oferta, o a punto de caducar, pero siempre los comprarás marrones… porque ya no los hay blancos.

Harto de buscar en vano esa mujer perfecta, decidió dedicarse a esculpir bellas estatuas de mujeres, hasta que consiguió reproducir la mujer de sus sueños, a la que llamó Galatea. Tan perfecta le quedó, que de ella se enamoró. Pigmalión tuvo un sueño, y soñó que Galatea cobraba vida… pero se despertó. Conmovida Afrodita por el amor que sentía por aquella mujer de su creación, le dio vida, y así Pigmalión pudo amar a la mujer perfecta, la mujer que él mismo esculpió.

Había un hombre que se enamoró de una bonita mujer. Tenía una sonrisa embriagadora y una dulzura sin par, simpática y atractiva a rabiar. La sedujo, la conquistó… temía que a otros hombres les sucediera lo mismo que a él, así que poco a poco la fue cambiando por miedo a perderla. Le pidió que no sonriera tanto, que no vistiera tan atractiva, que contuviera sus encantos… Ella, por amor, se fue transformando al gusto de él. Al final no quedó nada de lo que de ella le enamoró… y ya no le gustó.

Más le habría valido mejorar él para poder superar a cualquier posible rival, en lugar de estropear aquella bonita flor que le enamoró. A veces Pigmalión trabaja al revés, y esculpe una mujer imperfecta para no perderla, en lugar de mejorar él.
----------------------
Cuando te gusta una flor, la cortas y te la llevas a casa, pero cuando de verdad la amas, la riegas para que crezca.