Penélope
La Luna hace el lunes, como Marte hace el martes y Mercurio el miércoles, del mismo modo que Júpiter hace el jueves, Venus el viernes y Saturno el sábado… pero el domingo eres tú, el Sol, un sol radiante que con su mágica sonrisa ilumina todo el firmamento.
Los días de la semana adoptan forma de planeta y giran a tu alrededor para disfrutar de tu luz, de tu belleza, de tu alegría y de tu calor. Incluso los que ni día de la semana tienen, como Urano, Neptuno o Plutón, giran también a tu alrededor, sin esperanza, para recoger las migajas de luz que les pueda llegar.
El engreído Júpiter pretende incluso llamar tu atención sacando músculo en vano, queriendo estar a tu altura y pretendiendo bailar contigo un baile íntimo envuelto en cálido aroma de café. Todos ellos están agotados de cortejarte en vano, están yermos, abrasados por tu calor y deslumbrados por tu luz, una luz que no pueden soportar… pero renuevan sus esperanzas con cada llegada de un nuevo día.
Por la noche desapareces para destejer las ilusiones que tejiste durante el día, como Penélope en su reino de Ítaca, que por la noche deshacía el traje de novia que confeccionaba durante el día para así mantener ilusionados indefinidamente a todos sus pretendientes… por qué elegir un planeta pudiendo tenerlos todos.
Llaman a tu puerta y, como es martes, piensas que es el amante marciano quien viene a seducirte… pero no es Marte, es un planeta nuevo, nuevo, al menos, para ti. Tiene ríos y mares, valles y montañas, peces y aves, flores y rocas, cascadas y playas de arena fina… “que tú eres el mar, que yo soy la arena”.
Y tiene rosas armadas con espinas como espadas… la rosa para enamorar a su amada, la espada para defenderla. Le deslumbras con tu luz, le embriagas con el veneno de tu sonrisa... te corteja como el resto… le desdeñas como al resto.
Entonces aparece la Luna, pequeña, delicada, menuda, y saca pecho interponiéndose en tu camino de destrucción hacia ese planeta al que ama en secreto. Sin que tú lo sepas, cuando te retiras por la noche a deshacer el traje de novia que tejes durante el día, ella te roba un poco de luz para entregársela a su amado… no le importa iluminar su vida con luz ajena, así de abnegado es su amor. Es esa luz ajena robada al sol para agradar a su amado lo que inspiró al poeta aquello de “la Luna en el mar riela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul”.
Cuando ve a su amor en peligro, se interpone en tu camino y hasta eclipsa completamente tu poder, ahogando en el vacío tus poderosos rayos de luz, así de fuerte es el amor. Sacando pecho te señala con su dedo amenazante y te advierte: Domingo de fiesta y espeto, de pieles quemadas y planetas yermos, deja que germine en él la vida, deja que crezca en su interior la poesía, deja que estalle en su corazón el amor… si no lo quieres tú… lo quiero yo.
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A tus puertas llamé con la llama de mi amor encendida.
Vuelve otro día, dijiste.
Y yo ahí, cuitado de mí, con el pelo mojado y mi llama encendida.
Hacía frío, y llovía.