“En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces forma alguna; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad, y el espíritu de Dios se movía sobre el agua. Y Dios dijo: ¡Haya luz! Y hubo luz”. (Génesis).
Nuestro universo nació con el Big Bang hace aproximadamente catorce mil millones de años. Una enorme masa oscura de plasma contenía todo lo que existe y su fuerza de atracción era tan grande que ni la luz podía escapar de ella. Toda esa masa ejercía tanta presión sobre su núcleo, que acabó por estallar, y entonces se hizo la luz. Actualmente se estima que tiene una extensión de noventa y tres mil millones de años luz.
Fruto de esa gran explosión, toda esa masa se extendió por nuestro universo y a medida que se iba alejando del núcleo se fue enfriando y solidificando, formando galaxias, estrellas, planetas, polvo cósmico, gas y multitud de partículas y ondas de energía.
Pero ese huevo cósmico inicial estaba en alguna parte, en la profunda oscuridad del cosmos, por lo que cabe pensar que ya existía un universo anterior en el que se alojaba nuestro pequeño universo en estado comprimido, antes de que un soplo divino decidiera que se hiciera la luz.
En esa profunda oscuridad del cosmos en la que se encontraba y se encuentra nuestro universo, es posible que haya también otros universos en forma de proyecto, o ya explosionados y evolucionados. Podríamos hablar entonces de un multiverso, donde nuestro pequeño universo formado por millones de galaxias que a su vez contienen millones de estrellas, sería sólo una parte insignificante perdida en la inmensidad del cosmos y sumido en las profundidades del tiempo.
Nuestro universo surgió de un punto único central hace unos catorce mil millones de años y tiene una extensión aproximada de noventa y tres mil millones de años luz.
Según la teoría de la relatividad, la materia no puede viajar a más velocidad que la luz, por lo que resulta paradójico que dos objetos surgidos del mismo punto se puedan haber alejado uno de otro noventa y tres mil millones de años luz en tan sólo catorce mil millones de años.
Pero ese es otro tema, que tiene que ver con la teoría de la relatividad general y la teoría de la relatividad especial, que diferencian ente el movimiento “del espacio” y el movimiento “en el espacio”.
Por lo tanto, según la teoría de la relatividad general, las galaxias pueden alejarse unas de otras a mayor velocidad que la luz si es el espacio entre ellas el que se dilata.
Fruto de la explosión inicial que dio origen a las galaxias, éstas se alejan unas de otras, pero llegará un momento en que dejen de hacerlo y entonces vuelvan a juntarse de nuevo en un solo punto debido a la fuerza gravitatoria de toda esa materia. Entonces las galaxias colisionarán y volverán a formar un único huevo cósmico que volverá a explotar de nuevo, repitiéndose este proceso en un continuo latido vital del Universo.
En todo el universo se conocen cuatro energías (electromagnetismo, gravitación, energía nuclear fuerte y energía nuclear débil) y cuatro dimensiones (tres espaciales y una temporal).
En este inquietante contexto se encuentra un diminuto planeta azul que gira alrededor de una pequeña estrella amarilla situada en el borde de una discreta galaxia blanca llamada Vía Láctea.
Nuestra galaxia contiene unos doscientos mil millones de estrellas y un diámetro de cien mil años luz, con ocho brazos en espiral que le dan su forma característica. Su masa es aproximadamente ocho mil millones de veces la masa del Sol y es un hervidero de radiaciones y explosiones termonucleares continuas, una zona convulsa de temperaturas extremas, en lo que parece un lugar muy poco adecuado para la vida.
En uno de los brazos de la Vía Láctea, concretamente en el brazo local Orión, que forma parte del brazo espiral Sagitario, se encuentra nuestro sistema solar, formado por el Sol y ocho planetas que giran alrededor suyo: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. A Plutón se le define desde el año 2006 como un planeta enano y se le ha sacado oficialmente de la lista de planetas que orbitan el Sol.
Nuestro sistema solar tiene una antigüedad de cuatro mil seiscientos millones de años y sólo se conoce vida evolucionada en el planeta Tierra, que recibe energía del Sol gracias la la continua explosión termonuclear en la que vive, transmutando su masa de hidrógeno en helio.
Nuestro planeta Tierra se formó hace unos cuatro mil quinientos millones de años y la vida surgió en él hace unos tres mil quinientos millones de años. Se estima que habrá vida en la Tierra sólo durante otros quinientos millones de años más, debido a que la creciente luminosidad del sol terminará con la biosfera. La luminosidad actual del sol es un 30% mayor que en el momento de su origen, y sigue aumentando.
Las condiciones geológicas y climáticas que permiten la existencia de la vida son tan difíciles de conseguir en este entorno envuelto en un permanente cataclismo, que casi se puede asegurar que la vida es, literalmente, un milagro.
Parece claro que nuestro planeta no es precisamente el centro del Universo y que la vida no es una prioridad en los planes del Cosmos.
Las primeras moléculas auto-replicantes que dieron origen al concepto de “vida” se generaron hace aproximadamente tres mil quinientos millones de años gracias la fotosíntesis y a la radiación ultravioleta. La primera glaciación global, hace unos setecientos cincuenta millones de años, posibilitó el inicio del desarrollo de formas de vida cada vez más complejas.