Vespersiones

Vespersiones

Dicen que ha habido una pandemia, pero que ha pasado ya, aunque yo sólo he sabido de ella por la prensa y la televisión. El confinamiento forzado y la represión física y de opinión a la que se sometió a la población supuso sin duda un antes y un después para toda la sociedad.

La muerte de miles de ancianos encerrados con llave en sus residencias, privados de asistencia médica y negándoles hasta la posibilidad de despedirse de sus familiares, puso en evidencia la podredumbre moral de la sociedad en general y de la clase dirigente en particular.

Mis padres pudieron irse de este mundo poco antes, acompañados de su familia, que, después de tanta vida entregada a sus hijos, merecían por fin descansar.

Conocí el desempleo por primera vez, después de cuatro décadas de intensa vida
profesional. Conocí la precariedad, la soledad, la traición y la deslealtad. Desde la atalaya de la madurez y mi economía ya resuelta gracias a la poca herencia de mis padres y a mi reciente jubilación, es hora de hacer balance.

“De victoria en victoria hasta la derrota final”, me falló hasta lo que nunca pensé que me podría fallar. La pandemia me permitió reflexionar en soledad sobre todo mi pasado, si había merecido la pena tanto esfuerzo, si la vida había sido injusta conmigo, o por el contrario había cosechado lo que sembré. En cualquier caso, ya da igual, lo pasado, pasado está y no tiene solución, así que sólo queda avanzar. Ahora estoy en una nueva etapa y me encuentro haciendo vespersiones, reflexiones dispersas en la parte vespertina de la vida, y es un buen momento para hacer inventario, inventario de daños, inventario de vida. 

La muerte de mis padres supuso el inicio de la dispersión de toda mi familia, la primigenia y la que se fue añadiendo con los años, con los hijos y con los hijos de los hijos. En su casa nos reuníamos el día del Padre, el día de la Madre, los días de cumpleaños, porque sí, porque no, y también en Navidad. Las risas al calor de una taza de café, con anécdotas que nos gustaba recordar una y otra vez, hacían de aquellos momentos algo por lo que merecía la pena transitar por esta experiencia vital.

Su ausencia propició la disgregación de la amplia familia que formamos, ya que eran ellos el elemento aglutinador, y su casa el centro de reunión de todos los hijos, de los hijos de los hijos y del resto de la familia que se fue incorporando andando el tiempo.
La última vez que nos juntamos todos los hijos fue durante el reparto de la herencia en el acto notarial. Con el reparto de los cheques correspondientes, di por finalizadas mis obligaciones familiares. 

Como bardo del medievo, como trovador de otros tiempos, me permito contar esta historia que, siendo la mía, es también la de mis padres y la del resto de la familia que me acompañó en este peregrinar por la vida. Recoger los enseres de mis padres y ver lo poco que iba a quedar de su sacrificada vida me animó a dejar testimonio de todo lo que yo mismo recuerdo y de las anécdotas que mis relatores todavía vivos me han contado.

No quiero terminar el relato de esta historia sin agradecer a las personas que han estado a mi lado estos últimos años, dando un poco de calor y color a esa parte de mi vida.
He vuelto al pueblo donde viví mis años de destierro para recorrer de nuevo los caminos
solitarios junto a los bosques encantados que me sirvieron de refugio y lugar de reflexión. Un buen lugar para hacer vespersiones y analizar si “cualquier tiempo pasado fue mejor”, o lo mejor está aún por llegar.

No hace mucho tiempo, iba conduciendo por la autopista mi último coche, al que doy palmadas en la grupa antes de entrar, y en el salpicadero cuando me acomodo en su interior y lo voy a arrancar. He tenido trece coches y llevo más de dos millones de kilómetros a mis espaldas, por motivos profesionales. A este le llamo Campeón, pero la mayoría de los anteriores tenían nombre de mujer. Y entonces me adelantó un coche que me resultó familiar. Era mi montura anterior, la que había vendido meses atrás porque ya tenía muchos kilómetros. Con mi nuevo coche no fui capaz de adelantar a mi coche anterior, que por lo visto tenía todavía más fuerza y vigor que el que tiene mi vehículo actual. Me adelantó sin compasión, sin mirar atrás, como echándome en cara que me hubiera deshecho de él, después de todas las vivencias, canciones, planes, conversaciones y sueños que compartimos. ¿Era un mensaje vital que mi coche anterior
superara al actual?

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Viendo la insoportable levedad del ser,
la caducidad de los amores eternos
y la fragilidad de las lealtades inquebrantables,
he decidido darle consistencia a la vida,
para que al final del camino pueda decir
que lo hice bien, y que lo hice a mi manera.