Para La Hierba
Jatorra (buen chico, en euskera) es la palabra que podría definir a mi amigo de la adolescencia. Sano, alegre, sencillo, generoso... Solía ir a su caserío, próximo a mi barrio en línea recta, pero lejos al mismo tiempo, dado que había que subir una pesadísima cuesta que se abría paso entre zarzas y matorrales. Al llegar, su madre siempre nos obsequiaba con un bocadillo de pan con unas onzas de chocolate para merendar. Muchos días de verano solíamos subir hasta allí varios amigos del barrio, esos que nunca salíamos de vacaciones.
Nos gustaba corretear por las campas del caserío, jugar con su perro Clay, un magnífico boxer de pelo rojizo, subirnos a los cerezos para atiborrarnos de riquísimas cerezas rojas, y revolcarnos por la hierba rodando cuesta abajo hasta que algún fardo de hierba detenía nuestra caída al chocar con él.
A la hora de ordeñar las vacas en la cuadra, no queríamos perdernos ese espectáculo en aquel oscuro lugar con ese olor tan característico. La leche era su medio de vida, y su madre se encargaba de venderla a granel por las casas de los alrededores. Recuerdo que mi madre la llamaba “la aguadora” porque se quejaba de que le echaba agua a la leche. Lo cierto es que aquella leche, una vez hervida, producía una y otra vez una gruesa capa de nata, que en casa desaparecía en cuanto mi madre le quitaba el ojo de encima al puchero.
Con su burro, de nombre Bicicleta, su madre bajaba cada día aquella empinada cuesta con el burro cargado de lecheras metálicas, y la iba vendiendo por mi barrio llamando a los timbres de las clientas habituales para ver cuánta leche necesitaban. Bicicleta era todo un atleta, cosa nada extraña, dado el gran ejercicio que practicaba a diario, y en las fiestas siempre ganaba las populares carreras de burros de la zona.
En las campas del caserío de mi amigo se celebraba todos los años un concurso de perros de pastor, en el que pastores venidos de todos los montes cercanos, y no tan cercanos, competían para ver quién tenía el perro mejor adiestrado y era capaz de conducir un rebaño de ovejas por aquí y por allí, meterlas en un redil, hacerlas pasar por un pasillo de fardos, juntarlas, subirlas, bajarlas... Todo un espectáculo ver cómo aquellos perros de aspecto corriente entendían a la perfección las instrucciones que a gritos les iban dando sus respectivos dueños. Y todo un clásico ver a aquel perro, que tenía por gracia Riki, ganar prácticamete todos los años, una y otra vez.
A los dieciocho años perdí la pista a mi amigo debido a mi incorporación al mundo laboral, el servicio militar... en fin, que le perdí la pista. Cuatro años después supe por la prensa que le habían detenido, acusado de preparar y cometer diversos atentados. Le condenaron a 99 años de cárcel, y con veintitrés años ingresó en prisión, de donde no salió hasta diecisiete años después. Perdió su novia y perdió su juventud por hacer algo que quienes le convencieron no se atrevían a hacer. Era mejor utilizar carne de cañón joven, ilusionada e inexperta, con toda la vida por delante, para embarcarles en historias que no entendían y para las que no estaban preparados. Tuve otro par de compañeros de pupitre que sufrieron una suerte parecida... "unos agitan el árbol y otros recogen las nueces".
Coincidí con su hermano pequeño años después, y le pregunté por mi amigo. Me dijo que estaban en negociaciones con el Gobierno, y que seguramente le soltarían para la hierba. Quería decir que le soltarían de la cárcel para cuando fuera tiempo de segar la hierba del caserío. Aquella expresión tan entrañable y sencilla, aquella manera de medir el tiempo y la vida, me impactaron de manera tal, que muchas veces me viene a la mente aquella conversación, y eso que de ella hace ya más de treinta años. Gente sencilla que disfrutaba de la vida y que no necesitaba engordar el caldo a otros, sacrificando su juventud por unos planes que no eran los suyos. Desde aquella conversación pasaron muchas hierbas más antes de que le soltaran.
Hace unos años le vi por Internet. Tenía buen aspecto, a pesar de los años en prisión. Cincuenta años después me encontré casualmente con él, y retomamos la relación. Me sigue pareciendo un jatorra, aunque ya imagino que irá por dentro la procesión. Por Navidad había comprado cuarenta euros de leña para afrontar el frío que, aunque tardío, empezaba a anunciarse ya.
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"Olvidé cuidar mi huerto por cuidar huertos ajenos."