Llegó Navidad
"Qué triste es andar en la vida por senda perdida, lejos de hogar, sin oír una voz cariñosa que diga amorosa: llegó Navidad".
Añora quien se queda. Quien se va añora más. Añora las risas, añora la gente, añora la vida normal. Tanta mar, tanto aliento, tantas noches para recordar. Las manos frías y la piel mojada ¡pero qué más da, ya pronto va a regresar! El café caliente anticipa lo que pronto vendrá: abrazos, risas, emociones... tal vez más.
Ya se ve la Virgen, guardiana del puerto... ¡qué guapa está! Es la Virgen del Carmen que arropa con su manto unos días de felicidad.
Y allí está ella brillando en la noche. Si la Virgen está guapa, ella lo está más.
Esperando en el muelle con su enorme sonrisa de Este a Oeste. Y otra secreta, íntima, impaciente, de Norte a Sur. Entonces corre a su encuentro con los brazos abiertos, como hermosa rosa de los vientos. Los días de tormenta, de esfuerzo y soledad tocan ya a su fin.
Un abrazo silencioso, no hace falta hablar, dos cuerpos que se encuentran, como la arena y el mar.
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Pienso en ti y sonrío. Te miro y sonrío. Te abrazo... y no necesito más.
Nueve Mágico
Qué tendrá el número nueve que hasta griegos y egipcios lo utilizaban como canon de belleza para representar a los dioses, en contraposición al canon de las siete cabezas, que es la proporción del cuerpo de los seres humanos corrientes.
Nueve orificios tiene el cuerpo humano.
Nueve meses dura un embarazo.
Nueve planetas tiene nuestro sistema solar.
Científicos, filósofos, músicos… la religión, la numerología y la mitología de todas las épocas y países han visto en el número nueve algo misterioso y mágico.
Incluso cuando éramos pequeños nos enseñaban a hacer la prueba del nueve para comprobar que nuestros cálculos eran correctos.
9 x 1= 9
9 x 2=18 (1+8=9)
9 x 3=27 (2+7=9)
9 x 4=36 (3+6=9)
9 x 5=45 (4+5=9)
9 x 6=54 (5+4=9)
9 x 7=63 (6+3=9)
9 x 8=72 (7+2=9)
9 x 9=81 (8+1=9)
9 x 10=90 (9+0=9)
1+2+3+4+5+6+7+8+9=45 (4+5=9)
360º=3+6+0=9
24 horas = 86.400 segundos 8+6+4+0+0=18 (1+8=9)
Parecidas curiosidades matemáticas se producen también con sus hermanos menores, el 6 y el 3, que sumados dan 9.
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“Si supieras la magnificencia de los números 3, 6 y 9, tendrías la llave del Universo” (Nikola Tesla).
Galileo
Hay una opinión oficial en cada época, en cada zona y en cada colectivo. Esa opinión oficial se convierte en "opinión general" gracias a la presión de los dirigentes, que señalan a los disidentes y azuzan a las bases para que se lancen contra ellos con patente de corso.
Esto ha sido así a lo largo de los tiempos y nada ha cambiado. Hasta hace no mucho te lapidaban -y todavía se hace en países poco avanzados- si decías que había más de dos sexos. Ahora, en los países avanzados te lapidan si no reconoces que hay muchos más, tantos como cada uno quiera. Defender lo obvio ha sido y es una actividad de riesgo si no coincide con la opinión oficial que dictan los dirigentes en cada momento y que asumen entusiasmados los que llegaron tarde al reparto de cerebros.
Si opinas que un policía uniformado no puede ir con greñas, sin afeitar, con tatuajes, piercings, pendientes y aspecto de delincuente, siempre hay corporativistas indignados dispuestos a morderte la yugular. Si opinas que un hombre no puede ser nombrado la mujer más guapa del país, por razones obvias, hordas de indignados saltan furiosos sobre ti. Lo más cómodo y seguro es no pensar, sino bailar al ritmo variable e interesado de la opinión oficial. ¡Y sin embargo se mueve! que diría Galileo.
Y entonces oyes el sempiterno "¡¡¡esa será tu opinión!!!", dicho esto con tono indignado y amenazante, como si fuera un delito tener opinión. Los testigos permanecen expectantes hasta asegurarse de que hay "quorum" suficiente para decidir si es mejor defender lo obvio o permanecer callados, a la vista de la furibunda reacción de esa caterva de indignados acólitos de la oficialidad. Tú aclaras que esa es sólo tu opinión, sin pretender sentar cátedra, y entonces alguien vuelve a insistir "¡¡¡ya, pero esa es sólo tu opinión!!!". Y para darle un toque intelectual a su intento de represión, añade: "las opiniones son como los culos, que todo el mundo tiene uno".
Y ahí ya no puedes callarte. Puede que tengas que callarte que es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol y no al revés, como aseveraban los coetáneos de Galileo, si con ello evitas ir a prisión. Tú admites que esa es sólo tu opinión y que tienes derecho a expresarla, del mismo modo que él tiene derecho a expresar la suya, pero en lo de las opiniones y los culos, ahí no te puedes callar. Hay tantas opiniones como cerebros, pero no hay tantas opiniones como culos. Quien tiene un cerebro tiene una opinión (un cerebro, una opinión). Pero todos los que aceptan la opinión general sin análisis, tienen culo pero no opinión (muchos culos, una opinión).
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En el bosque divergían dos caminos, y yo tomé el menos transitado.
Robot
Ya pasaron los tiempos de los grandes centros de trabajo autárquicos en los que los trabajadores de una docena de empresas podían paralizar todo un país para hacer reivindicaciones económicas, laborales, sociales o políticas. Los empresarios aprendieron a dividir el riesgo compartimentando los centros de producción, subcontratando los trabajos a empresas externas y mecanizando en la medida de lo posible todos los procesos productivos. Máquinas automáticas y robots de todo tipo han ido ocupando poco a poco puestos de trabajo que antes hacían los humanos. La palabra robot viene del checo "robota", que significa "trabajo duro" o "servidumbre".
Un cajero automático es más eficaz y normalmente más amable que el empleado que hay detrás del mostrador del banco.
Sucede lo mismo con el surtidor de gasolina, el sistema automático de pago con tarjeta de crédito en el peaje de la autopista, el autoservicio del supermercado o la tienda on-line. Si puedes entenderte con una máquina, mucho mejor.
La empleada de ese gran almacén del bricolaje que te contesta sin acierto y sin mirarte siquiera mientras hace “su trabajo”, ignorando que su trabajo eres tú.
La empleada del supermercado que te pide que le cedas el paso porque está reponiendo productos y considera que su prisa es más importante que la tuya.
El empleado del banco que te atiende con una desidia que parece que le deben y no le pagan.
El empleado del peaje de la autopista que te “atiende” mientras charla con la empleada de la garita contigua y te da las vueltas y el ticket sin ni siquiera mirarte…
“Está usted repostando gasolina súper”, “Muchas gracias por su visita”, “Su tabaco, gracias”… las máquinas son más eficaces, más eficientes, no se cansan… y normalmente hasta son más amables.
La incompetencia generalizada y la falta de educación tan extendida hoy en día, hacen que cada vez más gente, siempre que esta opción sea posible, prefiera ser atendida por una máquina antes que por una persona. Las empresas también prefieren realizar sus trabajos con máquinas siempre que esto sea posible, y cada vez lo es en más tareas.
El sistema de alarma de tu casa te reconoce y te saluda amablemente al entrar, algo que no siempre sucede con los inquilinos humanos que habitan en ella.
Hasta se fabrican robots sexuales, que en no mucho tiempo serán mucho más eficientes y deseables que sus equivalentes humanos.
Que los robots dejen de ser sólo una ayuda para hacer los trabajos más pesados o rutinarios y lleguen a convertirse en algo necesario para todo debido a la progresiva degradación de la especie humana, es sólo responsabilidad de los humanos.
Las guerras, la delincuencia, la política, la justicia…
Claro que también hay poetas, y es que hay humanos y hay humanos.
Leí no hace mucho que el 80% de la población mundial es perfectamente prescindible. Pues eso.
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Escalada Sin Retorno
Me
encuentro a mitad de la escalada. Es una pared de roca vertical sin
apenas grietas o salientes a los que poder agarrarme, y los pocos
salientes que encuentro son tan estrechos, que justo dan para
sujetarme con los dedos. Además, están cubiertos de arenilla, por lo
que temo resbalar en cualquier momento y precipitarme al vacío.
Miro
hacia abajo y no veo el suelo. Miro hacia arriba y no veo la cima. Y
estoy desfallecido. Si subir es difícil, bajar de nuevo es imposible,
porque no tengo dónde apoyarme. Tendría que hacerlo sin mirar,
porque mirar hacia abajo sería un gran riesgo, así que debería
tantear con los pies posibles puntos de apoyo para iniciar el
descenso, a la vista de que seguir subiendo es prácticamente
imposible. Pero bajar también lo es. Y quedarme donde estoy hasta
que se me acaben las fuerzas tampoco es una opción. No me queda más
remedio que seguir subiendo, aunque no sé para qué, porque todo lo
que abarco con la vista es igual que mi presente, igual que mi
pasado, un camino sin sentido. Sencillamente, no tengo más opción
que seguir subiendo. Y eso me agobia.
Mientras
asciendo penosamente por esa pared de roca vertical, voy dejando
semillas en cada repisa que encuentro. Las semillas tienen cáscara,
por lo que con una mano me sujeto en el saliente y con
la otra las pelo, dejo las semillas en la repisa y me guardo las
cáscaras en el bolsillo, que a pesar de que sé que voy a caer al
vacío en cualquier momento, no quiero ensuciar el entorno.
Esta
situación no tiene sentido y me produce una angustiosa ansiedad. No
sé por qué planto semillas donde no van a crecer, ni por qué soy tan respetuoso con el
medio ambiente, teniendo en cuenta que voy a caer al vacío en
cualquier momento al menor descuido que tenga, o cuando se me acaben las fuerzas durante esa escalada
hacia ninguna parte.
Algo
dentro de mí se rebela y de pronto dice “NO”. No quiero seguir
el camino, el único camino que me queda. ¡Por qué tengo que
hacerlo! Y en ese momento me despierto, sudando, con el corazón
desbocado y aliviado al comprobar que sólo era un sueño.
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Rompeolas
Entonces ellos construyen grandes muelles para proteger sus yates, sus residencias, sus chiringuitos, sus empresas, sus medios de comunicación, su modo de vida… pero la fuerza de las olas es imparable.
Una ola es una gran cantidad de agua formada por millones de gotas, unidas de tal manera que no hay muelle que la detenga. Entonces ellos deciden reforzar los muelles que les protegen, y diseñan un sistema que consigue romper esas olas que reclaman en nombre del mar su derecho a vivir con dignidad.
La solución es construir miles de bloques de piedra, todos ellos iguales y tallados con afiladas aristas capaces de romper cualquier ola en mil pedazos. Esas piedras se colocan frente al muelle, de manera que son ellas las que sufren las embestidas de las olas, protegiendo de esa manera, no sólo a sus constructores, sino también al propio muelle, que puede llevar así una vida relativamente tranquila.
La eficacia del sistema consiste en que está formado por miles de obtusas piedras con vivas aristas y colocadas en estudiado desorden, de manera que si una ola no se rompe contra una arista, es seguro que se rompe contra alguna de las otras. Cada piedra es única a su manera, ya que a pesar de estar todas ellas cortadas por el mismo patrón, sus dueños las han orientado de maneras distintas para que se sientan orgullosas de sus impostados hechos diferenciales.
Estar juntas no las hace sin embargo amigas, ya que entre ellas se clavan unas a otras sus agudas esquinas para defender su derecho a un subvencionado hueco en el sistema, pero mientras reivindican su singularidad, hacen sin saberlo el trabajo sucio que correspondería hacer al muelle.
Es más triste que hacerse un selfie ver cómo las indignadas piedras esgrimen sus coloridas reivindicaciones contra las olas, y no contra el sistema que las ha colocado ahí, haciéndoles creer que son ellas sus enemigos.
A veces, pequeñas partes de las olas ya rotas consiguen traspasar la barrera de piedras y alcanzan el muelle protector, que se deshace fácilmente de ellas armado con sus leyes, sus togas y sus porras, permitiendo con ello que sus propietarios sigan viviendo plácidamente, ajenos por completo a la cotidiana realidad del mar.
Cuando las aristas se desgastan por el paso del tiempo, los constructores sustituyen las piedras por otras nuevas con renovados ángulos identitarios, deshaciéndose de las viejas, que Roma no paga traidores.
Del monte ha de venir la obtusa piedra que ha de romper el mar.
La Sumisa
Soy
sumisa, que no sometida, ya que es mi decisión y mi sueño más
íntimo.
Soy feliz siendo así y he tenido la fortuna de encontrar al
AMO y Señor que sabe descubrir mis más inconfesables deseos para
llevarlos hasta límites que ni siquiera sabía que existían.
No
puedo describir la inmensidad del placer que siento cuando él toma
el timón y hace con mi vida lo que le place. Cuando
él dice “ven”, yo voy. Él dice y yo hago, es así de sencillo.
Mi
AMO es sabio, fuerte y amoroso, me ama más que yo misma y descubre
en mí cualidades y placeres que desconocía.
Me exige disciplina,
obediencia y entrega sin límites, y es para mí un orgullo poder
satisfacer todos sus deseos. Soy de su propiedad, soy su más
preciado tesoro y sabe recompensar mi entrega. Él me instruye cada
día y mi mayor satisfacción es superar todas y cada una de las
pruebas a las que me somete para conseguir mi perfección.
Cosas
que otras parejas sólo se dicen en la brutalidad de la alcoba, al
abrigo de la oscuridad y envueltos en efluvios de pasión, mi AMO me
las dice con naturalidad y amor a cualquier hora del día o de la
noche, y todos los títulos que me concede me llenan de orgullo,
cuanto mas bajos, más altos son para mí.
Yo
soy su orgullo, soy su capricho, soy su obsesión y me trata con
respeto, con dureza y con amor. Es como quien tiene un precioso
coche al que mima hasta el más mínimo detalle, y sin
embargo lleva el motor hasta límites para los que no está diseñado
y lo conduce por caminos escabrosos en los que se mancha de barro y
los amortiguadores sufren lo indecible. No es que no lo quiera, ya
que es su capricho y su orgullo, sino que es precisamente por ello por lo
que lo somete a pruebas extremas que le hacen subir la adrenalina, después
de lo cual repara los pequeños desperfectos que haya podido sufrir,
lo limpia y lo perfuma… no hay nada que quiera más.
A
veces se pasa la tarde leyendo en el sofá, con suave música de
fondo y olor a café recién hecho. Yo estoy a su lado sentada en la
alfombra, con la cabeza apoyada sobre sus piernas y vestida con las
ropas que él ha elegido para mí, que dejan todas las partes de mi
cuerpo accesibles para cuando a él le apetezca satisfacer sus
deseos. No se me ocurre una escena más placentera.
Otras
veces se cruza conmigo en la casa, desliza una mano detrás de mi
pelo, me sujeta por la nuca y con la otra mano conduce mi cabeza
hasta su pecho, donde la mantiene clavada con firmeza y dulzura al
mismo tiempo. Entonces me susurra al oído con voz firme y suave -no
hay opción a réplica- y me pide que se lo dé.
Yo sé a qué se
refiere, y entonces todo mi cuerpo comienza a estremecerse de placer.
Enseguida empiezo a humedecerme y a temblar como un narciso cimbreando al ritmo de la brisa, “fluttering and dancing in the breeze”, que decía
el poeta romántico William
Wordsworth. Puede mantenerme en ese estado durante una hora o más,
yo no dejo de temblar y no paro de mojar el
altar de su placer, que no es mío, sino suyo, para que lo use como y
cuando quiera.
Soy
sumisa, que no sometida, es mi orgullo, es
mi
placer, soy feliz y
me siento como un narciso “fluttering
and dancing in the breeze”.
Ulises
Salir de la zona de confort para explorar nuevos territorios es a veces una tentación irresistible, pero hay que saber nadar y guardar la ropa. Ulises se caracterizaba por su intrepidez y su valor, pero sobre todo por su prudencia y su astucia. El Ulises de Homero, no el de Joyce, que requiere un estudio aparte.
A su vuelta de la guerra de Troya
sufrió Ulises muchas vicisitudes, una de las cuales fuel el paso
junto a la isla de las sirenas, cuyo canto era tan dulce que todos
los marineros que por allí pasaban se acercaban a sus costas,
muriendo ahogados o embarrancando sus naves en la orilla.
Ulises
no quería perderse ese canto de sirenas que a todo el mundo
hechizaba, pero tampoco quería perder el Norte, el camino de regreso
hacia su hogar. Así que, aventurero y prudente a la vez, se hizo
amarrar al mástil de su nave para poder oír su maravilloso canto
sin tener la tentación de dirigirse hacia la costa, que habría
acabado con su vida y la de toda su tripulación.
Ese
pecado andante con falda corta, medias de encaje y tacones de vértigo, puede ser un
territorio tentador, y te gustaría explorar sus costas para
deleitarte con su maravilloso canto. Puedes hacerlo, intrépido
aventurero, pero si lo haces, no te enamores porque sólo son “cantos
de sirena”. Hay que saber separar el trigo de la paja y la paja del polvo.
A veces renunciamos a fortalezas propias para abrazar
errores ajenos, y nos parece que lo de fuera siempre es mejor que lo
de casa. Cuando
llegas tarde a casa, puedes encontrarte con alimañas de distinto
pelaje tratando de oír el canto de tu Penélope, por lo que no debes
estar demasiado tiempo explorando nuevos territorios, y si lo haces,
debes tomar las medidas de prudencia y protección adecuadas. Y
tienes que volver a casa a la hora de cenar como muy tarde, que de lo contrario
puede arder Troya, que dice la sabiduría popular.
Esto
es aplicable a todas las aventuras de la vida. No debatas con un
tonto porque navegarás en su terreno y embarrancarás en su obtuso discurso.
Que no te cuenten historias de sirenas, que tú sabes equivocarte solo. Tú a lo tuyo. Amárrate al mástil de tus principios, no pierdas de vista el
objetivo de tu viaje y vive aventuras intelectuales, ideológicas o morales, pero vuelve pronto por tus
fueros. Haz tu plan de ruta, uno que se adapte a tus intereses, y sal
de tu zona de confort, pero procura no entretenerte mucho en el camino porque siempre
habrá quien valore lo que tú desdeñas.
Cuentan de un sabio que un día,
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro -para sí decía-
más pobre y triste que yo?
Y la respuesta encontró
cuando, el rostro volviendo,
vio a otro sabio recogiendo
las hierbas que él arrojó.
(Calderón)
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La vida es como un espejo: si le sonríes te devuelve una sonrisa.
Blancanitos
Al llegar la noche aparecieron cantando las dueñas de la casita, que se alarmaron mucho al ver todas las cosas cambiadas de sitio, y pensaron que tal vez alguien había entrado a robar, o peor aún, que alguien había ocupado su casa al ver que estaba vacía.
Las dueñas de la casita eran siete mujeres… ¡pero había que verlas! Eran enanas, feas, sucias… no había por dónde cogerlas. ¡Y encima, después de trabajar de sol a sol en el trabajo más duro y desagradable del mundo, tenían la desfachatez de volver a su casita cantando alegremente en la noche, con siete picos por banda, emulando a Espronceda en su “Canción del pirata”.
El doncel pensó que tenía que tomar cartas en el asunto, ya que él no podía vivir en aquellas condiciones. Entonces decidió tomar el mando de la casa que había ocupado y les fue diciendo a cada una de aquellas mujercitas cómo tenían que vestirse, asearse, comportarse… hasta que consiguió hacer de ellas algo medianamente aceptable para su vista.
Eso sí, cada mañana las enviaba de nuevo a trabajar a la mina de sol a sol, mientras él se quedaba en la casita preparándose un delicioso guiso, después de lo cual salía al jardín para disfrutar de las florecitas, los pajaritos… era la vida que todo el mundo deseaba, la gente le envidiaba y algunos hasta le tenían mala querencia por ello.
!Hay que ver cuántas puertas abre eso de ser bello y encantador!
Esta es la historia de Blancanitos y las siete enanieves, como les llamaban los del pueblo irónicamente, ya que ellas volvían a casa negras como tizones después de estar todo el día "arrancando negro carbón allá en la mina" como el abuelo Víctor.
Al final, acertó a pasar por allí una tía buenísima con un deportivo rojo, y el bello doncel abandonó a las siete mujeres a las que había enamorado con sus encantos, fugándose con la bella dama en su metálico corcel.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Por sus obras les conoceréis.