Se me cae tu nombre de la boca, no importa con quién, no importa el momento, no importa el lugar. Se me cae tu nombre de la boca y no lo puedo remediar.
Dices que conmigo aprendiste a ser mujer, mas yo te digo que aprendí a ser hombre contigo. Se me cae tu nombre de la boca y no lo puedo remediar.
Cuando la razón cede el trono a la pasión y decir “te quiero” se queda pequeño, se inicia un camino inquietante, incontrolado, perverso, un camino de misteriosa belleza, desconocido, siempre nuevo. Desconocido porque quien ya ha estado no lo quiere o no lo puede contar, y nuevo porque nunca es igual, siempre sorprende, y cada sensación supera la anterior.
La cotidianidad anodina cede entonces el paso a la excelencia de la pasión desmedida, pasión del cuerpo, pasión del corazón, pasión del alma. Lo que era inquietud se convierte en placer, y el temor se transmuta en poesía, auténtica poesía llena de fuerza que retumba al ritmo de los latidos del corazón.
De regreso a la razón la vida ya no será igual y todo tendrá una importancia relativa. Los problemas mundanos pierden relevancia, y las preocupaciones de la gente provocan en el iniciado una sonrisa condescendiente, moviéndose entre ellos con una perturbadora tranquilidad, con el halo de quien ha conocido un secreto a pocos revelado.
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No me gusta el café descafeinado, ni el champán sin burbujas, ni el vino de bar.