Cien Millones

Cien Millones

Imagina que de pronto tienes cien millones.
Seguramente dejarías de trabajar, comprarías una bonita casa, comprarías un buen coche, viajarías, irías a restaurantes caros y te permitirías todos los lujos que se te pasaran por la cabeza. Incluso hasta ayudarías a tu familia si lo necesitara.

Ahora imagina que todo el mundo tuviera cien millones.
No podrías comprar pan, porque nadie con cien millones se levantaría a las cinco de la mañana para que tú tuvieras pan. No podrías ni tomar un café en una cafetería, porque nadie querría trabajar de camarero teniendo cien millones. Es más, no podrías ni tomártelo en tu propia casa. ¿Quién se dedicaría a cultivar café para ti, teniendo cien millones?

Para que haya ricos tiene que haber pobres. Para que tú puedas tomar un café, o simplemente comer, tiene que haber personas que necesiten trabajar. Los ricos se encargan de que haya gente tan necesitada, que tenga que trabajar sólo para poder sobrevivir un día más. Construyen habitáculos amontonados para que puedan procrear, madrigueras que sólo podrán pagar después de treinta años de trabajo; les animan a gastar lo poco que ganan diciéndoles que tienen derecho a unas vacaciones en el mar, aunque tengan que pedir un crédito que podrán pagar en cómodos plazos; les dicen que tienen derecho a disfrutar del partido de fútbol en un televisor de gran tamaño, que necesitan un teléfono último modelo para poder hacerse fotos en el ascensor, que tienen derecho a... gastar lo que no tienen para que sigan necesitando ir a trabajar. Hay un cruel entramado de manipulación y control para que ellos puedan mantener su posición.

A la fiesta se suman innumerables organismos de distinto pelaje, que les dicen que ellos se encargarán de gestionar su dinero y de proteger y asegurar el bienestar, el pensamiento y la libertad de esos que tanto trabajan por el bien de la sociedad. Y si alguien no está de acuerdo... para eso está la autoridad, que una cosa es libertad y otra cosa es oponerse a su control, para lo que diseñan todo tipo de leyes para que no sepan ni cómo moverse sin sufrir su represión.

Por su bien les encierran en sus casas... y aplauden. 
Por su bien les dejan elegir al pastor que les controlará... y discuten acaloradamente sobre qué pastor es el mejor.
Ellos necesitan personas adocenadas, arrellanadas en el sofá, enfermas, neuromenguadas, aborregadas. ¿Eres tú una de ellas?

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Las ovejas temen al lobo, pero es el pastor quien se las come.