Agua Que No Has De Beber

Agua Que No Has De Beber

Entra en la cafetería un grupo de parejas enfrascadas en una animada conversación que traían ya desde el exterior. Uno de ellos, el que parece el líder, le pide al camarero con gran seguridad “lo mismo de siempre”.

Ella recorre con la mirada la barra del bar buscando una servilleta para acariciar sus labios y no manchar la copa de cristal. Él le acerca el servilletero. Se lo acerca con parsimonia, deslizándolo sobre el todavía húmedo mostrador, que el camarero lo acaba de limpiar. Ella no entiende ese lento movimiento del servilletero avanzando hacia ella, dándose importancia como si de una diva sobre un escenario se tratara. Entonces levanta la vista, por ver qué pasa, y él la está contemplando, intentando profundizar en su mirada, estableciendo un contacto visual claramente inapropiado. Tan inapropiado como si le hubiera dado un azote en el trasero o le hubiera acariciado el hombro con el dorso de la mano.

Al principio se siente incómoda, y hasta ofendida por esa intromisión visual que le ha llegado a sonrojar. Pero es fuerte, y ese día está rompedora con su vestido negro ajustado y sus vertiginosos tacones de arrasar. Acepta el reto, sonríe, y durante unos segundos su mano y la de él coinciden en el servilletero, sin tocarse, que no hace falta más. Beber al mismo tiempo, como un brindis secreto, sin dejar de mirarse, termina de dar contenido a ese encuentro visual. El grupo sigue envuelto entre risas y sonidos de cristal, sin darse cuenta de lo que acaba de pasar.
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Quien no entiende una mirada, no entenderá una larga explicación.

 

Divino Tesoro

Divino Tesoro

"Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…".

Así decía Rubén Darío en su "Canción de otoño en primavera". Pero a mí me ha costado muchos años dejar de ser joven, muchos años de experiencia y aprendizaje que no quisiera arrojar por la borda. No quisiera desaprender lo aprendido, desvivir lo vivido, desdisfrutar lo disfrutado ni desamar lo amado. Aprendí de mis errores, así que voy a cometer más para seguir aprendiendo. Vale más arrepentirse de lo que has hecho que de lo que no has hecho.

No quisiera volver a los años de estulta altivez en los que creías saberlo todo, sin haber apenas asomado a la vida. No. El tesoro no es ser bisoño, sino haber aprendido a separar el trigo de la paja y la paja del polvo. El tesoro es saber qué quieres y qué no quieres. El tesoro es haber llegado hasta aquí y sonreír viendo desde la atalaya de la vida todo el camino recorrido, superado, disfrutado y sufrido, que todo suma.

No quisiera volver a pasar por la niñez, ni la adolescencia, ni la juventud, luchando en guerras baldías, ajenas las más, adocenados, dirigidos por aviesos intereses haciéndonos creer que eran los nuestros. Queda mucho por recorrer, seguramente la mejor parte, sin prisa, disfrutando cada paso y extrayendo el meollo a la vida, que a nadie hay que dar cuentas ya, y al final del camino nos preguntaremos si hicimos todo lo que pudimos, o nos quedamos arrellanados en el sofá para no molestar.

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De la vida exprimo el jugo y desecho lo demás.


El Satélite De Mi Vecina

El Satélite De Mi Vecina

Tenía una vecina que trabajaba en Hacienda. Contaba cómo un día llamó a capítulo a un defraudador. El malhechor era un aldeano que cultivaba patatas, pero por lo visto no había declarado todas las patatas que había cosechado. Mi amiga no era policía ni un matón de callejón en plena extorsión, sino una buena persona que contaba su hazaña como si estuviera haciendo un servicio a la sociedad. ¡A Hacienda le vas a engañar! El delincuente le explicaba que ese año había tenido mala cosecha, pero mi amiga le enseñó fotos de satélite en las que se veía la verdadera extensión de su plantación, que por lo visto no coincidía con la versión del timador.

Mi amiga trabajaba por las mañanas en el centro de la ciudad, en una cómoda oficina con aire acondicionado y máquina de café.
El delincuente llevaba las botas gastadas, camisa de cuadros remangada y la frente profundamente arada por las inclemencias del tiempo.
El facineroso tenía un pequeño tractor, todavía sin pagar, la espalda rota, la cara quemada y muchas ganas de sentarse a descansar en el sofá.
Mi amiga tenía satélites y, llegado el caso, si el bandido no entraba en razón, contaba con gente armada y gente togada para hacerle pagar por su plantación.

Hacienda tiene satélites, te vigila con tu propio smartphone y no le importa si tienes el lomo roto, si la tierra es tuya o que las patatas las hayas plantado tú.
Un enorme despliegue de medios, una maquinaria infernal para someter al súbdito y subvencionar al señor.
Hacienda sabe sumar, restar, multiplicar y dividir. También sabe leer y escribir. Tiene toda la información y todos los medios materiales, humanos y legales.
Cuando te envía la declaración, el resultado te da a pagar, pero si llevas la misma información a cualquier gestoría de barrio, resulta que te da a devolver.

Si los científicos supieran para qué se usa su ciencia, tal vez la ocultarían al señor feudal, que con espada o con satélite, siempre se dedica a recaudar.
Quienes esto hacen son buenas personas que se limitan a hacer su trabajo, y eso les libera de toda responsabilidad.
...O tal vez no.

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La esclavitud era legal... Un juego de trileros para vender legalidad como si fuera justicia universal.


Sin Poner Ni Quitar

Sin Poner Ni Quitar

La noche de Reyes dejo junto a mis zapatos dos copas de champán y un poco de turrón. Sólo pongo viandas para dos, porque sé que el tercer rey se queda en el portal vigilando los camellos, que la cosa está muy achuchada y ya no se respeta nada.

Cuando me levanto por la mañana veo junto a mis zapatos los regalos que quería, siempre aciertan, y las copas de champán y la bandeja del turrón están vacías. ¡Cómo no voy a creer en los Reyes Magos!

También creo en el amor platónico. Y en el sexo intenso. Y en la pasión desbordada, que lo cortés no quita lo valiente. El tálamo y el altar, el infierno y el cielo, todo lo quiero, sin poner ni quitar. Tanto si te gusta la paz del cielo como el calor del infierno, de todo tengo, que no hay infierno malo si te lleva de la mano el demonio adecuado.

Yo creo en los Reyes Magos, en el amor platónico, en el sexo intenso y en la pasión desbordada. Todo lo quiero, sin poner ni quitar.
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"En el bosque divergían dos caminos, y yo tomé el menos transitado".


En Su Piel


En Su Piel
 
Hay que imaginarse en la piel de otra persona para tratar de entender su proceder. Me imagino viviendo en un país en guerra, sin medicinas, sin comida, sin agua, sin casa, expuesto a constantes bombardeos, ametrallamientos, torturas, violaciones… sin poder hacer nada para evitarlo.

Me encuentro ágil y fuerte, y sé que hay un mundo que llaman democrático en el que se vive mejor, se viste bien, se come bien y normalmente nadie intenta matarte. Así que emprendo un largo y penoso viaje hacia la libertad. La travesía será larga y no exenta de dificultades, pero el viaje merecerá la pena.

No entiendo que haya fronteras, que instalen altas alambradas de espinos, o que me disparen pelotas de goma, de goma dura, muy dura, mientras estoy nadando en el mar, exhausto, intentando alcanzar las playas del paraíso. Algunos de mis compañeros de travesía mueren ahogados en el intento, a pesar de que todos somos jóvenes y fuertes. Pero yo consigo llegar. Ya sólo es cuestión de tiempo haberme liberado de la terrible vida que llevaba en mi país. Confío plenamente en la humanidad y en la solidaridad de las gentes del país al que he conseguido llegar.

Me imagino en su lugar. Imagino que he dejado en aquel infierno a mis abuelos, a mis padres, a mi mujer, a mis hijos, a mis hermanos, a mis amigos…

Verás... intento ponerme en su piel... y yo no lo haría, yo no huiría de mi país dejando abandonados en aquel infierno a todos mis seres queridos sólo porque yo sí puedo hacerlo. Llámame raro, pero yo no les traicionaría dejándoles allí, tirados, abandonados a su suerte, mientras yo reclamo para mí la solidaridad de los demás, una solidaridad que yo no tuve con quienes me quisieron y cuidaron.

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Me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre, cada individuo es una variedad de su especie.
(Miguel de Cervantes Saavedra)


Cuando El Sol Se Va


Cuando El Sol Se Va
Resplandeciente, poderoso, ardiente,
el Sol pasea cada día todo su glamour
confiando en conquistar a su amada.
Pero su amada no está. Nunca está.
 
Quizá su amada Luna, pálida, delicada, menuda,
tema tanto ardor y sólo muestra su cara,
a veces luminosa, otras casi tapada,
cuando el Sol se va.
 
Cansado, agotado de sacar pecho en vano,
al atardecer cambia de estrategia el Sol,
mostrándose suave, afectivo, amable.
Pero su amada no está. Nunca está.
 
¡A dónde irá el Sol cuando se va!
Tal vez va a buscar nuevos días
con la esperanza de encontrar
una Luna a la que amar.
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Hoy mismo comienza el resto de tu vida.
 

Poder Absoluto

Poder Absoluto

Rusia invade Ucrania y amenaza al mundo con represalias sin precedentes si a alguien se le ocurre intervenir. Represalias sin precedentes son acciones nucleares a gran escala, porque de manera localizada ya las conocimos con las bombas nucleares Little Boy y Fat Man lanzadas sobre la población civil en Hiroshima y Nagasaki respectivamente. Había que probar las nuevas tecnologías para matar a gran escala, y así demostrar al mundo quién mandaba en el Nuevo Orden Mundial, tecnologías surgidas del proyecto Manhattan, con las que se desarrollaron las bombas nucleares de uranio y plutonio con la ayuda de científicos llegados de la Alemania nazi.
La bomba Little Boy (niño pequeño) era de uranio y fue lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima desde un avión llamado Enola Gay, que era el nombre de la madre del piloto. De ahí viene lo de acordarse de la madre de alguien cuando te hace una faena gorda. Y, hablando de gorda, la que armaron días después lanzando la Fat Man (hombre gordo) sobre Nagasaki para probar también cómo sonaba una bomba de plutonio. El nombre de la madre, niño pequeño, hombre gordo... tenían humor los que no dudaron en hacer experimentos sobre miles de personas de nombres impronunciables.

Hay quienes piensan que tienen derecho a destruir el planeta, como si fuera suyo, como si tuviéramos otro. Hay quienes piensan que tienen derecho a matar a personas por millares, por millones incluso, sin importarles sus nombres y apellidos, sin importarles que ese día el niño cumplía 5 años y lo iba a celebrar en casa con sus amigos, con tarta, globos y confites. Hay quienes piensan que tienen derechos sobre el planeta, sobre la naturaleza, sobre las personas, sobre las familias... sobre ti. Territorios, idiomas, ideologías, religiones, pandemias, impuestos, multas... Hay quienes piensan que tienen derechos divinos para imponer su voluntad, no dudando para ello en argumentar razones altruistas y sociales, presentándose como salvadores, en lugar de como los matones de callejón que son.
Ellos sí tienen nombres y apellidos, y hay que recordarles, cuando llegue el momento, que en realidad son unos mindundis con halitosis que no tienen derechos sobre nada, sobre nadie, sobre ti.

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"Si quieres conocer a un hombre, dale poder".