Es
una operación sin importancia, pero aún así requiere anestesia
general y un par de días de ingreso en el hospital. Todavía es una
niña y no entiende que su padre la entregue a los brazos de esa
enfermera que aparece tras las puertas abatibles, que dejan entrever
durante un instante un mundo inhóspito y aséptico, gente con bata y
mascarilla y fríos muebles de acero y cristal. Ese instante en el
que él se la entrega a la enfermera, que tira de la niña mientras
ella extiende los brazos pidiéndole a su padre por favor que no la
suelte…
Tan
doloroso es marchar como dejar marchar, pero a veces es necesario
aunque no siempre resulte sencillo de explicar. En el momento de
soltar amarras quieres prolongar indefinidamente los últimos
instantes, no quieres cerrar las puertas, a lo sumo dejarlas
entreabiertas. Puertas entreabiertas que sólo abran desde dentro por
si algún día te arrepientes… hay quien lo acepta con resignación,
también quien lo acepta sin poder soportar la angustia que atenaza
la garganta, y hasta quien intenta abrirlas de nuevo, a patadas si
hace falta.
Marchar
o dejar marchar siempre es doloroso, necesario a veces, traumático
las más. Guardas los recuerdos bonitos en la caja fuerte de tu
corazón… quizá nunca más la vuelvas a abrir, pero tú
sabes que están ahí.
Dejar Marchar
Dejar Marchar
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Las
puertas de la sabiduría se abren hacia dentro, ya que es en tu
interior donde está el conocimiento.