Amor Y Lealtad

Amor Y Lealtad
Caminando por el linde del sendero va en formación una familia de avecillas una tarde de cálido estío. Van en fila india, la madre primero guiando a su prole y los polluelos volantones detrás, unos más disciplinados que otros, pero todos en armónica alegría. Tal vez van a buscar comida o quizá van ya de regreso a su hogar, en cualquier caso ¡qué imagen tan entrañable!

Acierta a pasar por allí un lugareño y, conmovido por la escena, coge con delicadeza al más rezagado, le acaricia, le envuelve con sus manos… quiere llevárselo a su casa porque le ha enternecido, pero enseguida entiende que es con su propia familia con quien mejor va a estar esa cría indefensa, por lo que lo deposita de nuevo en el suelo.

La familia de aves sigue avanzando por la vereda y está a punto de alcanzar el recodo, por lo que la madre vuelve la cabeza para echar un último vistazo y comprobar que todo a su cola está en orden… y ve la tierna escena entre el lugareño y su polluelo, que parece aceptar con agrado las atenciones del caminante. Es ese un momento dramático en que el pequeñín está ya a cierta distancia de sus hermanitos, que continúan su marcha sin detenerse a esperarle… y hasta su madre hace lo propio girando de nuevo la cabeza mirada al frente y continuando su camino sin regresar a buscarle.

¿Qué ha pasado? La familia en armoniosa formación ha desaparecido ya de su vista y allí está él, en mitad del camino, solo y sin entender por qué su familia ha desaparecido de su vista dejándole allí abandonado… su madre le ha mirado justo antes de desaparecer tras la curva del camino, le ha visto allí solo y sin embargo ha continuado su ruta como si no le importara. El polluelo no entiende nada y mira confuso hacia un lado y hacia otro por ver si hay alguien que acuda a recogerle. Piensa que tal vez sea esa la manera en que su madre, que tantos esfuerzos ha hecho por él, le reproche que se haya dejado querer por un ser extraño, de otra especie incluso, y haya considerado que esa aceptación de cariño ajeno era una de falta de lealtad.

La tarde cayendo está.

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La sangre te hace pariente pero es la lealtad la que te hace familia.

 

Dejar Marchar

Dejar Marchar

Es una operación sin importancia, pero aún así requiere anestesia general y un par de días de ingreso en el hospital. Todavía es una niña y no entiende que su padre la entregue a los brazos de esa enfermera que aparece tras las puertas abatibles, que dejan entrever durante un instante un mundo inhóspito y aséptico, gente con bata y mascarilla y fríos muebles de acero y cristal. Ese instante en el que él se la entrega a la enfermera, que tira de la niña mientras ella extiende los brazos pidiéndole a su padre por favor que no la suelte…

Tan doloroso es marchar como dejar marchar, pero a veces es necesario aunque no siempre resulte sencillo de explicar. En el momento de soltar amarras quieres prolongar indefinidamente los últimos instantes, no quieres cerrar las puertas, a lo sumo dejarlas entreabiertas. Puertas entreabiertas que sólo abran desde dentro por si algún día te arrepientes… hay quien lo acepta con resignación, también quien lo acepta sin poder soportar la angustia que atenaza la garganta, y hasta quien intenta abrirlas de nuevo, a patadas si hace falta.

Marchar o dejar marchar siempre es doloroso, necesario a veces, traumático las más. Guardas los recuerdos bonitos en la caja fuerte de tu corazón… quizá nunca más la vuelvas a abrir, pero tú sabes que están ahí.

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Las puertas de la sabiduría se abren hacia dentro, ya que es en tu interior donde está el conocimiento.


Rubia O Tostada


Rubia O Tostada
Un día de verano resulta más llevadero con una fría cerveza rubia, con su alegre cabellera de espuma que te deja en los labios esa divertida huella que indica que la has bebido a grandes sorbos, con el ansia irrefrenable que provocan los calores del estío.
 
Para momentos especiales es más apropiada una cerveza tostada, con más cuerpo y enjundia, con su íntimo y cálido color, su intenso y profundo aroma y su insinuante y provocadora espuma, que lo cortés no quita lo valiente.
 
Es la espuma el enamoramiento refrescante y el dorado líquido el amor sereno, ambos necesarios y complementarios, que “tanto monta, monta tanto”. 
 
Son complicados y cambiantes los vericuetos del amor, lo que hace el camino más inquietante, ya que hay que estar en permanente alerta para poder observar los cambios y sorpresas que van apareciendo en cada recodo, en cada rincón, en cada suspiro, en cada gota de sudor.
 
La ascensión hacia la cima del monte no debe ser un camino recto y empinado, sino que conveniente serpear cautelosamente a lo largo de su falda, el recorrido es más largo pero es también más placentero, y permite disfrutar del verdor del camino, que es, a fin de cuentas, de lo que se trata.
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En el camino hay que dejar huellas, no cicatrices.

Lo Cortés Y Lo Valiente

Lo Cortés Y Lo Valiente
Es angustioso tener en el patio del colegio un matón que nunca sabes si te elegirá a ti por capricho para demostrar que es el gallo del corral.
Eso le ocurrió a mi hija hace ya unos lustros, cuando al gallito del corral se le ocurrió que era buena idea tratarla a empujones.
Ella, de armas tomar, no dudó en darle su merecido al matonzuelo, que salió del lance sin plumas y cacareando.
La profesora, que no era la más lista del colegio, nos llamó a los padres a consultas para notificarnos el comportamiento violento de nuestra hija, quien nos comunicó el recado llena de preocupación.

-No te preocupes, la próxima vez que ese niño se meta contigo ponle todos los dientes en rompan filas, aunque luego tengamos que pagarle nosotros la ortodoncia.

-Entonces, ¿no me vas a reñir?

-Cuando vayamos donde la profesora yo te reñiré -poquito- porque un padre debe hacer esas cosas, pero tú sabrás que es de mentira, y que la próxima vez, si la hay, debes dejarle claro que a una chica no se le pega, por muy machito que se crea el mozalbete.

Y así lo hicimos, la profa mostrándonos su preocupación por el comportamiento de nuestra hija, yo con cara de circunstancias reprendiendo a mi niña, y ella fingiendo que estaba dolida y arrepentida. Cada uno en su papel, que lo cortés no quita lo valiente.

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Que cada uno barra su parcela.