Civismo

Civismo
No entiendo por qué ese hombre y esa mujer, ambos postrados en sendas sillas de ruedas, deciden que es buena idea cruzar la calle con el semáforo en rojo, cuando yo mismo, que me encuentro en buenas condiciones físicas, espero a que el semáforo se ponga verde. Es seguro que vienen juntos de algún sitio, dado lo poco probable que es que dos jóvenes en silla de ruedas coincidan en el mismo punto de la ciudad en el mismo instante, pero cada uno de ellos ignora un semáforo distinto, muy próximos uno de otro, pero ambos en rojo, por lo que ni siquiera se han puesto de acuerdo, sino que han decidido hacer lo mismo cada uno por su cuenta. No soy capaz de ponerme en su lugar por mucho que quiera empatizar.

No entiendo por qué son principalmente las personas mayores o impedidas quienes cruzan la calle con el semáforo en rojo, mientras la mayor parte del resto de la gente espera a que el semáforo se ponga en verde. En este caso tampoco se ponen de acuerdo, ya que sucede en todas las ciudades una y otra vez, ni siquiera se conocen y es harto improbable que les inciten a ello en los centros sociales a los que seguramente acuden a diario.

Es posible que no tenga mucho sentido detenerse ante un semáforo rojo en un desierto, claro que nunca se sabe si es una zona de pruebas de vehículos de alta velocidad y puede aparecer en cualquier momento un coche con propulsión a chorro y atropellarte si te lo saltas, o incluso el mismo correcaminos de los dibujos animados de nuestra infancia, aunque entiendo que hay ocasiones en las que un exceso de civismo puede llegar a resultar un poco ridículo.

Eso fue lo que pensé en aquella ocasión que decidí cruzar la calle estando el semáforo en rojo cuando no se veía ningún vehículo en lontananza ni a babor ni a estribor. Había una madre con su hijo pequeño de la mano esperando a que el semáforo se pusiera verde, y mientras me jugaba a una sola carta mi inmaculada trayectoria cívica, oí a mis espaldas cómo el niño le preguntaba a su madre por qué estaba yo cruzando la calle estando el semáforo en rojo.

Puedo asegurar que en aquel momento me sentí sucio y que había tirado por tierra los esfuerzos de aquella madre por educar cívicamente a su hijo pequeño. Ya era tarde para volverme atrás, así que esperé al otro lado y cuando el niño cruzó la calle de la mano de su madre me agaché para ponerme a su altura (realmente debí haberme aupado para estar a su altura) y me disculpé -mentí como un bellaco- diciendo que no me había dado cuenta de que el semáforo estaba en rojo y que la próxima vez me fijaría mejor.
Es responsabilidad de todos hacer un mundo más cívico.

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Si se puede comprar con dinero, tan caro no es.