Don Gato

DON GATO
Este entrañable personaje de nuestra infancia -de la de los gran reserva- era inasequible al desaliento a pesar de su vida arrabalera, que dirían los Aristogatos.
Su casa era un cubo de basura en el que colgaba el letrero “no molestar”, como si de la suite de un gran hotel se tratara, y todas sus pertenencias cabían en la caja del teléfono público que pendía del poste de madera junto a su cubo, su hogar.

Y sin embargo, a pesar del horizonte sin esperanza que se divisaba desde todos los rincones de su entorno, era feliz junto a su pandilla, con los que llevaba una existencia con dignidad y con humor, mostrando una gran resistencia a la adversidad.
Hasta había lugar para los sueños, el amor y la diversión.
Pero las autoridades no estaban tranquilas ante tanta alegría, tantos sueños, tanta diversión ¡con lo pobres que eran! Había algo sospechoso en todo aquello.
Por eso les mantenían bajo vigilancia continua; no era normal que habiéndoles relegado a la más absoluta pobreza, sin horizontes, sin esperanza, todavía se atrevieran a ser felices.
 Así que la vigilancia y la persecución eran continuas y los recortes cada vez mayores, habilitando para ello leyes más restrictivas con objeto de contener tanto libertinaje. Si los ricos no eran felices, ¿porqué iban a serlo los pobres?
Un pobre tiene que tener la mirada baja, ser temeroso de las autoridades y mostrarse agradecido cuando no le detengan o le multen por algo.

Entonces Don Gato y su pandilla empezaron a organizarse para recuperar la pobreza pasada, para recuperar la esperanza, para recuperar la libertad.
Y más aún, ya puestos ¿porqué no podían tener más aspiraciones y disfrutar de los bienes que el Estado les había usurpado? ¿Acaso tenían que conformarse con vivir en cubos de basura? 

Así que empezaron a organizarse y a trabajar en equipo para reclamar lo que el Estado les había estado robando durante tanto tiempo.
Por el aspirante a la presidencia de los Estados Unidos hemos sabido que España gasta el 42% de los ingresos por impuestos en el mantenimiento de las instituciones del Estado.
El resto de los ingresos se va en pagar los intereses de la deuda externa. Y luego todavía queda por pagar el propio capital del préstamo.
Como ya no queda dinero, los políticos venden las empresas públicas y los servicios sociales del país a los mercaderes que les han dado el dinero para sus trajes.
Así que los políticos de los trajes valencianos, los de los EREs andaluces, los del 3% catalán, los del impuesto revolucionario vasco, los de los casinos sin impuestos de Madrid, los que dirigen las Cajas de Ahorro, los Giles y los Pantojiles, que de este pelo son, hacen que la mayor preocupación de los ciudadanos españoles, después del paro y la crisis, sea la clase política, en caída libre hacia la decadencia moral más absoluta.

Me pregunto cuántos miembros de una organización tienen que delinquir, cuántos delitos tienen que cometer los miembros de esa organización para que esta sea considerada delictiva en su conjunto, ella y todos sus miembros.
Si una organización que atraca 5 joyerías al año es delictiva ¿no lo es un partido cuyos miembros delinquen todos los días, en todos los rincones del país?
Como decía Urdangarín para justificar sus actividades ilegales ante la Casa Real, “no pasa nada, todo el mundo lo hace”

Quienes se dedican al pillaje político pretenden regular la manera en que los ciudadanos pueden protestar que, como dicen, no se puede poner en riesgo la actual estructura del Estado que tanto les beneficia.
Así, mientras se discute si los ciudadanos tienen derecho a protestar como les dé la gana, no se discute sobre si los políticos pueden seguir saqueando el país.

Y volviendo a Don Gato, todos los días vemos en la tele a la policía cargando contra mujeres y viejos para desalojar a una familia que no puede pagar su casa al banco, ese mismo banco al que el Estado le ha entregado nuestro dinero para que sus directivos puedan cobrar jubilaciones multimillonarias.


Virgencita, que no me quiten mi cubo de basura y mi letrero de “no molestar”.

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Primum manducare, deinde philosophari.