Poetry In Motion
Yo
voy soñando caminos
de la tarde, las
colinas doradas, los
verdes pinos, las
polvorientas encinas. Yo
voy cantando, viajero, a
lo largo del sendero. La
tarde cayendo está.
Sus
muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de
lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella
noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin
bridas y sin estribos. Sucia
de besos y arena, yo me la llevé del río, con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Por
qué tus labios me niegan lo que tus ojos me gritan, por qué callan
tus palabras y tus miradas me excitan, por qué saber no puedo lo que
inflama tu interior, si a mí también de ese ardor me consume el
mismo fuego.
En
el corazón tenía la
espina de una pasión,
logré
arrancármela un día, ya
no siento el corazón.
Mi
cantar vuelve a plañir: aguda
espina dorada, ¡quién
te pudiera sentir en
el corazón clavada!
En
las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de
pronto como ramos de jacintos.
Y no hay claustro, sea cualquiera, ni recinto de oración, que no sienta mi derecho y dé pecho a mi pasión.
A
tus puertas llamé con la llama de mi amor encendida. Vuelve otro
día, dijiste. Y yo allí, cuitado de mí, con el pelo mojado y mi
llama encendida. Hacía frío, y llovía.
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Quizá la vida no se pueda alargar más allá de ciertos límites, pero desde luego sí se puede ensanchar teniendo amplitud de miras.