Charlatán
Es
domingo por la mañana, un día precioso, a punto de entrar la
primavera.
Mi
padre se ha puesto el traje y la corbata de los domingos, y mi madre
me ha puesto mi abrigo preferido, el único que tengo, un abrigo
cruzado con botones metálicos.
Parecería un general, si no fuera por
mis pantalones cortos con la raya recién planchada. Es una época en
la que hasta los trabajadores del metal visten de traje y corbata los
domingos, y no para ir a misa, que mi padre, comunista como es, no
usa de esas costumbres. Incluso pasó unos meses en la cárcel en
aquellos tiempos difíciles de la España en blanco y negro, no por
no ir a misa, sino por ser comunista. Bueno... y por organizar una
huelga en el astillero en el que trabajaba.
Cogemos
el autobús rojo de dos pisos... me encantan esos autobuses...
pagamos al cobrador, que el autobús tiene conductor, cobrador y
revisor... yo tengo que mentir sobre mi edad, extremo este del que
ya me ha advertido mi padre, para no pagar billete. Y subimos al piso
de arriba, a ver si con un poco de suerte los asientos de la primera
fila están vacíos y puedo sentarme frente a la cristalera en
primera fila, viendo las calles desde arriba, desde esa situación
tan privilegiada.
He tenido sueños muchas veces en los que me
imagino en esa situación, y el autobús va tomando las curvas a gran
velocidad, se va doblando en cada curva como si fuera de chicle, y
rozamos con los cables y los edificios que flanquean la carretera...
no puedo pararlo y el autobús cada vez va cogiendo más velocidad...
menos mal que sólo es un sueño.
Ya
sentados en primera fila del piso de arriba, voy moviendo las manos
como si fuera el conductor, tomando las curvas con precisión... le
digo a mi padre “papá, a que parezco el conductor”.... un niño
resabiado del asiento de al lado le dice a su padre “papá, a que
ese niño no se parece al conductor”... ¡mal rayo le parta al
niñato ese!
Al
final, llegamos a Santurce, a la plaza que hay junto al puerto...
vamos a ver al charlatán, un vendedor ambulante, que subido en su
furgoneta llena de cosas increíbles, hace magia con las palabras. Lo
de charlatán no es un término despectivo, sino un título al mejor
orador del mundo, un hombre que embelesa con sus palabras y que tiene
la furgoneta llena de objetos bellos, objetos increíbles, inventos
maravillosos que me dejan con la boca abierta.
“Esta
maravillosa cartera con bolsillos para todo lo que necesite... cuánto
cree que vale... ni diez, ni nueve, ni ocho... sino cinco pesetas...
y eso no es todo... con esta fantástica cartera se lleva usted de
regalo esta maravillosa navaja multiusos que le sacarán de mil
apuros... pero esto no ha terminado... no señor... además,
comprando esta cartera se lleva también, junto a la navaja multiusos
de regalo, este maravilloso cepillo para recoger todas las migas del
mantel de la cocina”... Y entonces, echa un puñado de arena sobre
un mantel, y de un par de pasadas con aquel invento recoge-migas deja
el mantel completamente limpio... recoge la arena, monedas, pequeñas
piedrecitas... Aquella maravillosa cartera con una estampa del Real Madrid, o la del Barcelona... o
la otra con una del Athletic...
No
para de hablar, no se equivoca, no tartamudea, no duda... es una
ametralladora de palabras increíbles que no te dejan tiempo para
pensar... yo quisiera comprármelo todo, todo me gusta, todos
aquellos artilugios con mil utilidades... y su seductora manera de
hablar... todo un espectáculo dominguero en el puerto de Santurce... Al final, mi padre se toma un vino en el bar de al lado, en uno de esos vasos chiquiteros de culo enorme y pesado, y a mí me pide un mosto,
que me parece lo más sofisticado del mundo. Luego cogemos otra vez
el autobús de dos pisos, de vuelta a casa, y le cuento a mi madre
mientras comemos la cantidad de cosas increíbles que tenía aquel
orador de la plaza... todo un espectáculo.
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Al
final, lo que nos queda de la vida son los recuerdos, así que hay
que procurar que sean buenos.