La Cabina

La Cabina
Hay una cabina en mi barrio, pocas quedan ya. Siempre veo gente dentro, aunque bien es verdad que normalmente son personas de aspecto descuidado, gente arrumbada por la sociedad. Ese pequeño habitáculo es el único lugar que aporta un poco de alegría a sus vidas, como un cordón umbilical que les hace sentir que todavía existen para alguien.
A veces veo también gente con buen aspecto, seguramente para contactos furtivos y así no dejar huella de su infidelidad y no encontrarse con malas caras al regresar a sus casas.

Las cabinas de teléfonos me traen buenos recuerdos, recuerdos de amores locos y pasiones desmedidas. Pienso que si la uso volveré a experimentar bonitas sensaciones de épocas pasadas por lo que, aún a riesgo de parecer un indigente del amor, me dirijo hacia ese pequeño habitáculo con la esperanza de resucitar de nuevo en su interior sentimientos ya olvidados.
Una vez dentro observo dibujos obscenos y frases de mal gusto que reflejan las frustraciones de gente que encuentra en ese minúsculo recinto un lugar en el que excretar sus más íntimas carencias. Es un lugar privado pero de uso público, por lo que allí pueden compartir sus deseos más desesperados sin tener que dar la cara.

En otros tiempos, antes de la aparición de los móviles, una cabina de teléfonos me parecía, como algunas personas, un templo del amor. Una pena que pudiendo ser templo se haya convertido en vertedero de frustraciones.

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La sangre te hace pariente, la lealtad te hace familia.